SOLEDADES Y LAZOS

Porque nuestra subjetividad está entramada de vínculos y espacios privados, ambos son bienvenidos. Ojalá que los lazos no ahoguen intimidades, ni la soledad bloquee los caminos para el intercambio.



viernes, 30 de diciembre de 2011

Redonditos de Abajo: EXPRESIÓN DIRIGIDA A LOS COLEGAS QUEJOSOS ... por ...

Redonditos de Abajo: EXPRESIÓN DIRIGIDA A LOS COLEGAS QUEJOSOS ... por ...: EXPRESIÓN DIRIGIDA A LOS COLEGAS QUEJOSOS POR NO "ENTENDER" LAS LETRAS DE MIS CANCIONES “Quien quiere ver solo lo que puede entend...

martes, 13 de abril de 2010

DESVENTURAS SATINADAS XII. (Final de la crónica de una quincena accidentada)

XII. ¡¡¡Aleluiiiiaaa!!!


Desde que se levantó, aquella mañana de viernes, Susan ya palpitaba el tan ansiado final. En otras ocasiones, si bien tenía ganas de reencontrarse con los suyos, la entristecía separarse de sus compañeros. En esta ocasión, quería festejar no verlos nunca más.

Durante la mañana, ordenó guardó su ropa y leyó algo. El trío ambulanciero volvió a ir a la playa al mediodía, mientras Pablo dormía y ella leía. Decidió reservar el último capítulo de 1.984 para leerlo en la tranquilidad de su casa. Por última vez, se produjo el cómico recambio de las tardes: el terceto volvía de la playa a la casa y el dúo dejaba la casa para ir a la playa.

Por una cuestión de cortesía, antes de salir, Pablo informó al terceto que esa noche irían a escuchar una banda que tocaba temas de Pink Floyd, que estaban invitados, ya que sería la última noche que compartirían el operativo. La única que se entusiasmó fue Lisa, quizás era la única que conocía Pink Floyd, también.

En esta ocasión, fueron a una playa más lejana, disfrutaron un rato del sol y del mar, matearon y después fueron a recorrer puestos para comprar algún regalito para los suyos.

En el viaje de vuelta, Pablo le dijo que había solicitado autorización para irse temprano, sin esperar el recambio. Pensaba cómo haría para zafar de Teto, que le había tirado la onda de irse con él, si regresaba en su auto.

- No se lo merece, se portó demasiado mal, reflexionó en voz alta.

El médico había invitado a Susan a volver con él a Capital, la psicóloga no podía creer tanta felicidad. Era un regalo caído del cielo salvarse del largo regreso con esa manga de indeseables. Como no quería hacer las cosas mal, consultó con las autoridades, si le permitían regresar con el médico. Por suerte, no sólo le llegó la autorización, también recibió un reconocimiento hacia su trabajo. La psicóloga no se lo esperaba, le habían pegado tantos palos durante esos 15 días, que un mimo así, la descolocó. Lagrimeó un poco, releyendo el texto que le había llegado al celular. Como ya se sentía en confianza con Pablo, no disimuló su emoción. El médico no tenía idea de cómo manejar las emociones del otro, le dijo que hablara con su equipo que, seguramente, podrían contenerla mejor que él. Ella se sonrió y le dijo:

- No necesito que me contengan, estoy re contenta, me cayeron lágrimas pero de emoción. ¡¡¡Vamos a tomar un helado, así no moqueo más!!!

Dicho y hecho, mientras se comían sendos cucuruchos, volvieron a reírse de las bizarreadas que habían tenido que soportar. Sin embargo, Pablo y Susan coincidían en diferenciar a Lisa, la médica. Estaba chapa pero era una buena mujer, seguramente, con otros compañeros, hubiera funcionado mejor. El médico se lamentaba de no poder llevarla también a ella en su auto, pero Lisa sí o sí debía quedarse para el recambio. Además, no iba a poder manejar la situación con Teto, sin que se armara tamaño lío.

- No quiero que nadie se entere que nos vamos antes, vos tené el bolso listo y cuando yo te aviso, ¡¡¡nos vamos!!!

Susan no entendía muy bien el por qué, tampoco le parecía lo más correcto, pero ¿qué había sido correcto en ese terceto desenfrenado? Susan estaba feliz porque la tortura llegaba a su fin, tendría la dicha de viajar más temprano, en auto, directo a Capital Federal y sin tener que soportar a ningún impresentable. Obviamente, acataría lo que él dijera. En esos momentos, era “palabra santa” para ella.

Antes de regresar al chalet, Pablo pasó por el hospital, donde estaba la ambulancia, para que le dieran la llave de la casa. Teto le informó, muy serio, que ellos iban a llegar más tarde porque iban a lavar la ambulancia, que iban a comer más tarde. Pablo le dijo que no se preocupara, que comerían afuera, más aún al enterarse que había ¡¡rissotto!! ¡¡¡Con 40º a la sombra!!!

- Bueno, pero espere, lo apuró Teto. Nos tenemos que organizar para limpiar la casa, así la tenemos lista para mañana. Yo sé que a algunos les gusta hacer unas cosas, a otros otras y algunos no quieren hacer nada.
- Ok, ok, respondió rápidamente Pablo y arrancó el auto.

Susan sonrió, sabía que el palo del patotero, iba directo a su gallinero. En la casa, luego de bañarse, Pablo y Susan acomodaron sus cosas, hicieron un pequeño orden en la casa y se fueron. No querían llegar tarde al recital. Por suerte, el dúo dinámico no acataba órdenes del guasón.

La psicóloga estaba tan contenta que, por primera vez, en quince días, utilizó sus cosméticos. Maquillarse era una expresión de alegría, en ese contexto. Volvieron a pasar por el hospital para entregarles la llave. El trío estaba lavando la ambulancia. Pablo les recordó que a las 22 comenzaba el recital, que los esperaban allí y que luego podrían comer o tomar algo por el centro. Sin esperar mayor respuesta que un sí de compromiso, arrancó el auto.

Llegaron temprano al recital, aunque tenía hambre, Susan prefería quedarse en el lugar para tener un sitio privilegiado para disfrutar el espectáculo. El médico no estaba muy convencido, menos todavía de sentarse en el piso, pero se avino a darle el gusto. Para entretener el estómago, apareció al rato con 2 vasos de gaseosas y un cucurucho de papas fritas que les supieron exquisitas.

Pasadas las 22, el recital todavía no había comenzado. Pablo se preguntaba por los chicos de la ambulancia, por si llegaban a desencontrarse. Susan no tenía preocupaciones al respecto, salvo Lisa, por ella, mejor que no fueran.

El espectáculo estuvo digno, el sonido era bastante bueno. Pablo preguntó alguna vez más por sus compañeros, Susan se olvidó de ellos, directamente. Al término del recital, Susan miró el celular. Era pasada la media noche. No podía creer que ni siquiera les hubieran enviado un mensaje, diciéndoles dónde estaban o que no irían, al menos. ¡¡¡Era la última noche del operativo, un poco de cortesía fingida, al menos!!!

Buscaron un lugar donde comer algo rico, así lo hicieron y luego decidieron volver a la casa. Al otro día, madrugarían, el médico quería salir bien tempranito.

Al llegar al chalet, se encontraron con la desagradable sorpresa que la casa estaba cerrada y vacía. ¿Adónde se había ido el terceto endemoniado? Ninguno de los dos había recibido notificación alguna. Pablo se comunicó con la radio que manejaba Teto, le contestó que estaban en una esquina, que iban a tomar una cerveza.

Susan y Pablo volvieron al centro. La psicóloga imaginaba que estaban en un bar, le parecía que lo correcto era sentarse aunque sea 5 minutos, tomar un vaso de cerveza y brindar como despedida. Sin embargo, la esquina no estaba en el lugar más céntrico. Como no era de fácil acceso, Pablo paró el auto a una cuadra y le dijo a la psicóloga que lo esperara allí. Ella le contestó que iría con él, al menos, para saludarlos, aunque no se sentaran. Caminaron la cuadra, no veían ningún bar. De pronto, divisaron las lánguidas figuras del chofer y la médica que deambulaban por allí. Teto le dio la llave al médico.

- ¿Y Gladys?, preguntó Susan a Lisa, quien estaba enfundada en un top de leopardo.
- Está comprando cosas en el centro.
- ¡¡Qué pinta!!
- Sí, ¿viste? Y eso que ya me había acostado, me arrancaron de la cama, no daba más, dijo la médica con una sonrisa que no disimulaba el cansancio ni la resignación.
- ¡¡Que lo pasen lindo!! ¡¡¡Vamos!!! Cortó Pablo, tomando a Susan del brazo.
- ¡¡¡Que te diviertas!!! Se despidió Susan, mientras pegaba la vuelta.

Camino al auto, Susan comentaba su extrañeza de que, en vez de estar brindando en un bar, anduvieran caminando, cada uno por su lado. Pablo, una vez recuperada la llave, se desentendió por completo de las locuras del terceto. Sólo le comentó que se había enterado de que los iría a buscar el mismísimo jefe de choferes. Susan se sintió aún más reconfortada de viajar con Pablo. No sólo llegaría mucho antes, se salvaría de una macabro viajecito, rodeada de enemigos.

Al llegar a la casa, vieron que todo brillaba. El trío había limpiado con decisión. A Susan le dio un poco de culpa no haber participado de la limpieza. Pero este sentimiento no caló muy hondo, había pagado con monedas de sufrimiento su estadía allí. Se dieron las buenas noches con el médico y cada uno se fue a dormir a su cuarto. El médico, se volvió para recordarle:
- Mañana te despierto bien temprano, tené todo listo, cuando te de la señal… ¡¡¡nos rajamos!!!

La psicóloga respondió afirmativamente con la cabeza y se fue a dormir. No escuchó cuando regresaron a la casa los integrantes del terceto ambulanciero.

A la mañana siguiente, Pablo la despertó. Susan reaccionó en el acto. No era tan temprano, dado que Gladys y Lisa estaban levantadas, el único que seguía durmiendo era Teto. Lo cual, por supuesto, era una gran suerte y un enorme alivio.

Susan se vistió rápidamente y terminó de ordenar sus cosas. Pocos minutos después, escuchó la voz estridente de la enfermera que, con asombro, decía desde el living:

- Ahhhhh, ¿se va ahoooora, entonces?
- Sí, sí, respondía el médico, sin dar mayores explicaciones.

Pablo entró a la habitación de las mujeres para despedirse de Lisa.

- Me voy y me llevo también a Susan, anunció el médico, llevándose al auto la valija grande de la psicóloga.

La médica se despidió de Pablo y miró sonriente a Susan. ´

- ¡¡Uy!!, recordó la psicóloga. No le pagué la esponjita a Gladys, ¿cuánto costará esta esponja de cocina? O si no, se la dejo.
- De ninguna manera, llevátela como un souvenir, no le des nada. Estoy segura que fui la única que le pagó a Pablo lo que le debíamos, aparte de vos, claro.

Susan no tenía problemas en dejar la esponja o pagarla. Sin embargo, como gesto de complicidad, la tomó y la guardó en su cartera.

- Sé que las cosas hubieran sido diferentes en otras circunstancias… Con vos, remarcó la psicóloga.
- Seguramente, respondió Lisa.

Se dieron un beso de despedida, con calidez. Pablo volvió apuradísimo a buscar a Susan. Al salir de la habitación, la psicóloga se topó con los ojos desorbitados de Gladys:

- ¿Cómo?, ¿vos también te vas?
- Sí, sí, apuró el trámite Pablo. Decile a Teto que le dejamos un saludo.

Susan apenas tuvo tiempo de darle un beso a Gladys y desearle suerte. En tiempo récord, el auto arrancó y se alejó de la casa del horror.

El médico iba apurado, como escapando de algo. Sólo habiendo ganado unos cuantos kilómetros en distancia, soltó un grito de liberación:

- ¡¡¡Por fin nos fuimos!!! Vamos a alejarnos un poco más y buscamos un lugar para desayunar.

Susan estaba radiante de felicidad, festejaba todos los comentarios de Pablo. Un cafecito no le vendría nada mal, pero no tendría problemas en enfrentar todo el viaje de regreso en ayunas, de ser necesario.

Ambos coincidían en que había estado muy buena la vertiginosa retirada, era una pegada que el conflictivo Teto no se hubiera enterado por estar durmiendo.

- Imaginate la bronca que se va a agarrar cuando se despierte, se divirtió Pablo.
- Seee, se va a querer matar, aplaudió Susan.

El viaje de regreso fue muy tranquilo, sólo pararon una vez para desayunar. Charlaron, tuvieron ratos de silencio. Todo era armonía entre ellos y ansiedad por reencontrarse con sus afectos, con quienes mantenían contacto telefónico, avisándoles por dónde iban yendo.

Pablo acercó a Susan hasta la puerta de su casa, sin que ella se lo hubiera pedido. Antes de bajar del auto, la psicóloga volvió a agradecerle lo bien que se había comportado con ella, que valoraba muchísimo todo lo que la había bancado. El médico, poco amigo de las expresiones de afecto, le dijo “de nada” y le deseó suerte. Se despidieron con un beso.

Al bajar del auto, Susan vio que Renomé caminaba sonriente hacia ella, para ayudarla a entrar los bolsos a la casa…


THE END

lunes, 12 de abril de 2010

DESVENTURAS SATINADAS XI (crónica de una quincena accidentada)

XI. División de aguas


Aquella noche, Susan no descansó bien. Se despertaba transpirada, como si tuviera fiebre. Tuvo pesadillas, estaba alterada.
- ¿Estás mejor?, le preguntó Lisa, a la mañana temprano, viendo que la psicóloga abría los ojos.
- Sí, contestó Susan, sin entender a qué se refería.
- Anoche gritaste, se ve que te sentías mal.
- Creo que tengo fiebre, dijo Susan.
- Bueno, quedate en la cama, descansando, es muy temprano. Cualquier cosa, te doy un antitérmico.
- Gracias, contestó la psicóloga, dándose vuelta en la cama.

Se despertó más tarde, la enfermera estaba en la habitación:
- ¿Cómo estás, negrita?, le preguntó con falsedad.
- Bien, contestó Susan, dispuesta a levantarse.
- Vine a buscar un par de cosas y me vuelvo al hospital. Si necesitás algo, decime.

La psicóloga se dio una ducha y luego desayunó. Se sentía cansada y triste. Ojalá surgiera bastante trabajo para ella, así se desconectaba de toda la locura que padecía en la casa.

A la hora de la comida, Pablo y ella pusieron la mesa. La ambulancia estacionó al frente del chalet, Teto bajó con la comida, diciendo:

- Coman ustedes, nosotros vamos a comer después. Nos vamos a la playa.

Susan recordó entonces que Gladys se había llevado las lonas y la carpa. Teto salió de la casa y la ambulancia volvió a arrancar. Comieron los dos solos. Luego, Pablo se fue a dormir y Susan lavó los platos. Era un día precioso para disfrutar la playa pero estaba tan lejos que no tenía voluntad para ir sola, caminando. El calor era insoportable, incluso sentándose bajo los pinos. Se refugió en la lectura. Cada tanto, se tiraba agua por todo el cuerpo, en la piletita de lavar del fondo, para refrescarse.

Pensó que el tablero se había movido hacia una dirección y que debía aceptar que lo mejor era abandonar su rol mediador, debía acoplarse a la división de aguas, definiendo la separación. El trío por un lado, ella y Pablo por el otro. Eso la aliviaría. ¿Para qué intentar negociar, dialogar o razonar con quienes no estaban dispuestos a manejarse en esos términos? Los 3 manejaban otros códigos y aunque no la pasaran bien, era su problema, ella no debía intervenir. Debía mantenerse apartada y fría, sin involucrarse, por más pedidos de contención que le llegaran. Ya se había quemado lo suficiente con fuego, era hora de cuidarse a sí misma. Sus intentos de mediación, sólo la habían complicado, había que poner un punto final a ese descalabro, bajándose.

Al rato, llegaron los ambulancieros. Las mujeres decían que la playa estaba hermosa, Susan les sonrió y siguió leyendo. Siguió en su posición distante, mientras ellos iban y venían, arreglándose para la guardia de la tarde. A eso de las 16, Susan se topó con el médico, recién levantado de la siesta. Le preguntó si irían a la playa, le contestó que sí. Ni lerda ni perezosa, la psicóloga puso agua para el mate y en pocos minutos, estaban viajando rumbo al bello mar. Pablo se quejaba de que había mucho sol, Susan, en cambio, se sentía dichosa de disfrutar del sol y la playa, en un horario ideal.

A la noche, había que compartir otra vez la comida con el equipo a pleno. La psicóloga ya no tenía ganas de vérselas con estos personajes tan nefastos. De Teto nunca había esperado nada, sabía de antemano que era un mal bicho, pero con la médica y la enfermera, se sentía traicionada en su buena fe. Pero de nada valdría hablarlo con ellas, en todo caso, debía cuestionarse por qué había puesto fichas allí donde no había tela.

Apenas terminó la comida, Gladys, haciéndose la gran señora digna, se puso a recoger la mesa y lavó los platos. Susan decidió divertirse con la situación, en vez de enojarse. Lejos de colaborar, como hacía siempre y, ya que esto no se veía, se fumó un puchito en el porche, muy tranquila. El módico entretenimiento duró sólo un breve tiempo, luego le cayó encima el agobio del encierro, nuevamente. Se animó a preguntarle a Pablo si podían salir. Pocos minutos después, estaban viajando, fuera de esa cueva de ratas. Susan se sentía aliviada de respirar aire puro. Caminaron un poco y luego tomaron un café. La psicóloga le buscaba temas de conversación a Pablo, para que fuera él quien hablara, quería distraerse, descansar delinfierno en el que estaba inmersa desde hacía tantos días.

Regresaron a la casa, Pablo se fue a dormir y Susan leyó un poco, manteniendo la distancia con el trío. Sólo cruzó un par de comentarios de cortesía con Lisa y Gladys, pero sin involucrarse en ninguna conversación. Luego se fue a dormir, muy tranquila. Volvía a hacer pie, se reencontraba con ella misma.

Respecto del incómodo tema del dinero, Susan resolvió hacer las cuentas, bien detalladas en un papel, donde constaban las deudas de cada uno. Se lo entregó a Lisa, pidiéndole que se lo transmitiera a sus compañeros de ambulancia. Punto final para ese entuerto, al menos, para ella.

Los pocos días que restaban, transcurrieron por la misma senda. Susan, apartada del terceto de ambulancia, los observaba desde de lejos, con mirada irónica. Por las tardes en la playa o a la noche, dando una vuelta, se reía con Pablo de cómo Teto se había erigido en el gran jefe del trío, arrastrando a las mujeres a hacer lo que su antojo le dictaba. Ya no sentía piedad, era una cuestión de elecciones. Ellas eran responsables de lo que habían elegido.

A Pablo le divertía la grosera división, ellos por un lado y el terceto, por el otro. Era como una comedia de enredos, cuando venían unos, se iban los otros y viceversa. Por su parte, Susan se sentía agradecida del gesto solidario que Pablo había tenido con ella y no se privaba de decírselo. Surgió entre ellos una camaradería fundada en el respeto y el aprecio sinceros, habían ganado en cercanía.

Una tarde, Pablo le confesó que recién la noche en que le pidió que salieran, comprendió lo mal que lo estaba pasando ella. Que para pedirle algo así, era porque no daba más. Susan asentía, jamás le había pedido nada en operativos anteriores, pero en esta oporunidad, había sufrido más de la cuenta. El médico reconocía ahora que Teto se había comportado de un modo irrespetuoso y atrevido, que aunque era un buen chofer, su comportamiento era inadmisible. Hasta dijo que prefería el chofer con quien había tenido un enfrentamiento el año anterior. Ambos se rieron al recordarlo, qué diferente había sido esta experiencia de las anteriores.

La anteúltima noche, el trío ambulanciero se mostraba inquieto, al regresar de la guardia. Al parecer, deberían participar del traslado de un paciente muy grave, desde el hospital hasta el helipuerto. El vuelo sanitario lo trasladaría a su provincia de origen. Susan preguntó si ella también estaba convocada, la médica dijo que sólo debía ir el personal de la ambulancia, que así le había dicho Teto. La psicóloga insistió, preguntando si había algún familiar del afectado. Le contestó que no. Se quedó aguardando que la convocaran por celular, como esto no ocurrió, luego de que partiera la ambulancia, Susan y Pablo se fueron a dar un paseo por el centro. En el trayecto, el médico le comentó que no podía creer la arrogancia de Teto. El traslado lo había decidido prácticamente él, al enterarse, accidentalmente, del vuelo sanitario. Con su caradurismo a toda prueba, les había ofrecido a las autoridades que “él podía viajar con SU equipo”. Pablo se había indignado con el atrevimiento de tal atribución. Le había dicho al muchacho que no podía disponer de la ambulancia, sin consultar primero con la médica, que era la responsable, quien debía “poner el gancho”. Para variar, Lisa no había objetado el procedimiento del chofer, estaba perdidísima, sólo se atenía a acatar las indicaciones del muchacho, sin disponer de un mínimo poder de reflexión.

Cuando Pablo logró estacionar su auto, bajaron y caminaron algunas cuadras hacia el centro. Ya no querían hablar del patético trío ambulanciero. Habían descubierto que tocaban bandas interesantes en un anfiteatro, de manera que pasaron un rato para escuchar buena música. Al día siguiente, tocaría una banda tributo a Pink Floyd, con muy buenas referencias. Acordaron entonces que cenarían afuera y que luego irían a escucharla, como cierre de la accidentada quincena padecida.

Al regresar, desde el auto, vieron que los 3 personajes de la ambulancia estaban muy instalados en el porche, tomando cerveza y un desagradabílisimo vino color turquesa. Por cortesía, Susan y Pablo se quedaron junto a ellos. Comentaban cómo había resultado la experiencia del traslado, emocionados por la presencia de las cámaras y desparramando “cholulez” por haber pasado cerca de personajes conocidos. Mientras hablaban, Susan descubrió que su intervención hubiera sido necesaria, dado que había una familiar muy angustiada, a la que no le permitieron subir al avión sanitario. Era un despropósito que estando ella disponible, se la hubiera desaprovechado como recurso. Era la nefasta consecuencia de permitir que un inadaptado estuviera desempeñándose como agente de salud en emergencias. Teto no tenía sentido de responsabilidad, mucho menos, criterio. Pretendía manejar las situaciones, todas ellas delicadas y graves, conforme a sus códigos tumberos. A pesar de lo irregular de la situación, Susan sólo dijo que era una pena que ella no hubiera participado para contener al familiar. En seguida, Pablo entró a la casa, Teto salió disparado. Las mujeres, bastante alegres por el alcohol, le convidaron un vaso lleno hasta el tope del vino celeste, pero Susan se rehusó a beberlo, inventando una excusa. Ni ebria ni dormida tomaría ese brebaje endemoniado.

(continuará... paciencia, sólo falta uno)

domingo, 11 de abril de 2010

DESVENTURAS SATINADAS X (crónica de una quincena accidentada)

X. ¡¡¡A la marosca!!! Se pudrió todo.


Al regreso de la playa, Susan se bañó para quitarse la arena. Luego, lavó su ropa en la piletita que había en el patio trasero. Volvió al porche, leyó y fumó. Habló con su hija por teléfono, por suerte, ella estaba bien. Habló también con Renomé, le dijo que no veía la hora de regresar a casa, que era un infierno estar ahí.

Cerca de las 20, la psicóloga llevó las bandejas al hospital, para que les sirvieran la comida. Regresó a la casa y puso la mesa, como todos los días. Pablo, a su lado, ayudaba en la tarea. La ambulancia estacionó frente al chalet, en seguida, entró Teto a la casa, como una tromba.

- ¡¡¡Hay que revisar todos los bolsos, a Lisa le falta plata!!! Gritó el joven.

Susan y Pablo lo miraron desconcertados, en seguida, entraron Lisa y Gladys. La médica estaba alteradísima, Gladys intentaba calmarla. Se retiraron ambas a la habitación de mujeres.

- ¡¡¡No vamos a comer hasta que revisemos todos los bolsos!!! Ordenaba Teto, con el rostro desencajado. Y exhibiendo su bolsito, le gritó a Lisa, mientras pasaba: - ¡¡¡Tomá, revisá el mío, primero!!

Susan, impactada, trataba de armar el rompecabezas, no entendía nada. Lisa le había dicho que no quería armar lío, que no pensaba revisar los bolsos de nadie, ¿qué había pasado?

Teto se acercó a Pablo, quien permanecía calmo, impávido. Le preguntó si estaba al tanto de lo sucedido. Le contestó que Susan se lo había comentado hacía unos días. Montando en mayor cólera, el joven chofer explotó, mirando a la psicóloga:

- ¿Por qué no me dijeron nada? Me llamó el jefe de choferes para levantarme en peso a mí, me dijo que teníamos que revisar todo acá. Yo no sabía nada y me tuve que comer el garrón…
- ¿Te estás dirigiendo a mí?, preguntó la psicóloga.
- ¡¡¡¡Síiiii!!
- Yo no tengo por qué decirte nada a vos, tu compañera debió confiártelo, que es la afectada, rugió Susan, harta de la insolencia y la actitud patotera del muchacho.

Inmediatamente, la psicóloga se dirigió a la habitación, para ver qué había pasado. Estaba furiosa, consideraba que era una deslealtad por parte de la médica dar aviso afuera, en vez de intentar solucionar el problema dentro de la casa, primero.

Encontró a Lisa llorando, en el clímax de su tragedia idiota. Gladys estaba a su lado, haciendo el gesto de contenerla.

- ¡¡Yo no voy a revisar los bolsos de nadie!! Gritaba, ofuscada. ¡¡Yo no desconfío de nadie!! Me siento re mal, no voy a permitir tampoco que me den dinero, ¡¡¡no lo voy a aceptar!!!

Susan trataba de descifrar las frases que soltaba la médica, entre llantos y ampulosos movimientos de brazos, como si estuviese presa de la peor desesperación. Como no tenía cupo para tolerar más escándalos, salió, buscando a Pablo. Le preguntó si sabía qué había pasado. El médico le comentó que, al parecer no había sido Lisa, sino su pareja el que había dado aviso al jefe de choferes. Le dijo, además, que él tenía hambre, que ni loco dejaba de comer.

La psicóloga volvió al cuarto, un poco más aliviada. Para ella era un dato fundamental que no hubiera sido la médica “la buchona”. Vio entonces que Teto, sin importarle la estridente crisis de nervios que cursaba Lisa, sostenía su bolso a pocos centímetros de la nariz de ésta, exigiendo que lo revisara.

- Es un hijo de puta, ¿cómo me va a hacer esto? Mirá en la situación que me deja ante ustedes, ¿qué se mete él?
- Hizo muy bien tu marido, opinó el crápula. Susan sintió deseos de estrangularlo.
- No, él no tenía que meterse, es algo mío, que tengo que solucionar yo.
- No te preocupes, el jefe de choferes dijo que si no encontrás la plata, los demás tenemos que juntar y dártela.
- ¿Y quién es el jefe de choferes para darnos órdenes?, exclamó Susan, indignada.

Teto soltó su bolso con brusquedad, diciendo que lo dejaba ahí para que la médica lo revisara y salió del cuarto. Gladys siguió al muchacho. Susan se quedó a solas con la médica, pidiéndole que se calmara, que había que ponerse a revisar, como le había ofrecido a la mañana, a ver si se solucionaba el problema. Lisa fue entrando en razones, dijo que revisaría nuevamente lo suyo. Susan, a su lado, le dijo:
- Mirá, me voy a poner a revisar mis cosas acá, delante tuyo. De paso, las ordeno, mirá el quilombo que tengo. Además, hay cosas mezcladas de las tres, vamos a fijarnos y luego corremos las cuchetas, ¿dale?
- Dale, aceptó la médica, más tranquila.

Mientras Lisa y Susan revisaban el cuarto, Pablo, Teto y Gladys empezaron a comer. La psicóloga, luego de haber revisado y acomodado sus cosas, le dijo que la comida se les iba a enfriar, que sería mejor que fueran a comer y después seguían.
- Pero es que me da vergüenza lo que pasó, yo no desconfío de ninguno de ustedes, me siento muy mal.
- No te preocupes, lo importante es que busquemos y encontremos tu plata. Además, no estamos enojados con vos. Yo me sentí mal al principio, pensando que vos habías avisado, pero si fue tu pareja, la verdad, la cosa cambia.
- ¿Pero cómo me va a hacer eso? No puede pasar por encima mío.
- Calmate, Lisa, vamos a comer, ¿si?

Las dos mujeres se sumaron a la mesa, de a poco, el clima se iba relajando. Luego de comer, Susan y Lisa dieron vuelta la habitación, el dinero no aparecía. Gladys se asomó a la habitación para decirle a la psicóloga que ella debía lavar los platos esa noche, Susan le contestó que los había lavado al mediodía. La enfermera se fue, dando muestras de disconformidad. A Susan le dio rabia la falta de respeto, pero la dejó pasar, estaba ocupada moviendo muebles.

No le parecía un hecho menor que faltara dinero, eso importaba un robo, era gravísimo. Nunca antes había pasado algo parecido en sus experiencias anteriores. Aunque le rondaba una mínima sospecha dirigida a Teto, la desestimaba porque él, igual que el resto, tenía un trabajo que cuidar. Si alguno tenía vocación de chorro -algo que no le constaba-, aún así, no sería tan estúpido de “quemarse” en el operativo que era una suerte de panóptico. Teto era vivo, no se expondría de tal manera antes las autoridades, más aún siendo pariente del jefe de choferes. Por otra parte, la conducta de la médica era incoherente, se contradecía a cada momento. Ella misma decía que quizás había hecho mal las cuentas o que se le podría haber caído. El colmo fue que considerara la posibilidad de no haber llevado ese dinero, directamente. En ese caso, no había ningún faltante. ¿Cómo saberlo? Lisa tan pronto aseguraba haberlo llevado y guardado en tal billetera, como dudaba de haberlo puesto en otro lado. Era un barullo enorme, sin miras de tener solución.

Pablo se asomó a la habitación donde estaban las 2 mujeres, con un gesto de resignación comiquísimo, le suplicó a Lisa que por favor revisara su bolso, que se quería ir a dormir. Susan se echó a reír, Pablo también. Lisa se sonrió, conservando un rictus dramático. Le dijo que se acostara, que ya había dado por perdido el dinero, que no iba a revisar nada más. A Susan le dolía la cabeza, abandonó la habitación para tomarse un cafecito en el porche.

Al rato, se sumó Lisa quien le confió que no estaba mal por el dinero, sino que estaba dolida con su pareja.
- ¿Y cómo se enteró él?, preguntó Susan.
- Es que me pidió que le compre algo, le dije que no tenía plata y ahí empezó a acosarme con preguntas, que en qué había gastado, que cómo que no tenía plata, que no podía ser. Le conté entonces que no encontraba $300, se puso como loco, decía que había un chorro en la casa. Yo le decía que no, le prohibí que dijera nada, si es plata mía, no de él… Pero no me hizo caso.

El panorama era el siguiente: Gladys y Teto trabajan en el mismo lugar. La pareja de Lisa, también chofer, trabajaba también allí, aunque en otro sector. Por ese motivo, tenía conexión con el jefe de choferes de quien Teto era pariente. Ante él y, sin autorización, aparentemente, de Lisa, el tipo había denunciado la falta de dinero de su mujer, instalando un manto de sospecha que se extendía al resto de los integrantes del equipo.

Susan se sintió asqueada de tanta bajeza. La cabeza le estallaba, así que se disculpó con la médica, diciéndole que iba a tomar un ibuprofeno y a descansar un rato. Como su celular casi no tenía batería, la psicóloga lo conectó al enchufe de la mesita de luz. Se recostó a descansar vestida, sin apagar la luz. No pensaba irse a dormir, todavía.

Un ruido sacudió a Susan, quien se había quedado dormida. Se fijó en el celular, seguía descargado. Descubrió que estaba desenchufado y que, en su lugar, Gladys había puesto a cargar el suyo. Fue la gota que rebalsó el vaso. Enchufó el celular en el living y apenas vio a la enfermera, le preguntó por qué había hecho eso. La enfermera, tocada, respondió con falsedad:
- ¬No te preocupés, madre, no sabía que te molestaba, pensé que el tuyo ya estaba cargado. Ya lo saco.
- No, dejá, contestó Susan, ya lo conecté en el living.

Como si quisiera incordiarla aún más, la enfermera llevó también su celular a cargar al living. Susan pensó en dejarlo pasar, como siempre, pero no, era hora de ponerle un freno a esta mujer.

- Quiero que entiendas que lo que me molestó no es que uses este enchufe, sino que te arrogues el derecho de desconectar mi celular, sin consultarme.
- Disculpame, madre, te lo vuelvo a decir. No se va a volver a repetir.
- Estaría bueno que consultaras, antes de mandarte a hacer algo.
- Es que no quise despertarte, negrita…
- Estaba descansando porque me duele la cabeza, si pongo el celular a cargar al lado mío es porque quiero estar pendiente por si alguien me llama.
- Ya te pedí disculpas, madre, repitió la mujer, destrozando la paciencia de Susan.
- Me molesta que tengas esas actitudes, como cuando das órdenes, por ejemplo, con el tema de lavar los platos.
- Bueno, pero es que vos tenés más tiempo, no tenés que hacer la guardia activa como nosotros.
- Eso no quiere decir que tenga que lavar yo todos los días, ¿por qué a Pablo no le decís nada?
- Bueno, él es hombre.
- Ah, genial. Mirá, trato de ser considerada, de poner la mesa, de ir lavando lo que se va ensuciando en el día, pero parece que vos no lo ves.
- La verdad que no, no lo veo. Mirá, madre, faltan pocos días, a partir de ahora, voy a lavar todos los días platos yo, no me cuesta nada.
- ¿Por qué das vuelta las cosas? Te estoy diciendo que no está bueno que te metas a opinar o dar órdenes, eso es invasivo. En ningún momento dije que no quiero lavar platos.
- Estuve hablando con Teto y él me hizo ver que yo tengo que tener códigos con mis compañeros de ambulancia, que vos y Pablo son de afuera. Así que no me voy a meter más, él tiene razón. Y quedate tranquila con los platos, los voy a lavar yo.
- Es inútil hablar con vos, parece que no querés entender de razones. Mejor lo dejamos acá y listo.

Susan se fue a fumar un cigarrillo al porche, se había equivocado en hacerle un planteo a Gladys. No se podía razonar con ella. Poco después volvió a la habitación, decidida a irse a dormir. Mientras intentaba conciliar el sueño, escuchó el parloteo que venía de afuera. Imaginó que Gladys estaría comentando con sus compañeros lo sucedido, victimizándose. Sin proponérselo, había aportado letra, alimentado el conventillo. ¡¡¡Qué pesadilla era convivir con estos personajes!!! ¡¡¡Quería irse YA!!!

(continuará)

DESVENTURAS SATINADAS IX (crónica de una quincena accidentada)

IX. Teatro del absurdo

Esa noche, como representación gráfica del sinsentido reinante, Susan amasó las pizzas. Pablo las cocinó en la parrilla. Entre los dos, armaron los distintos gustos: caprese, cuatro quesos, con jamón, provenzal. Era un gesto tendido al vacío. Cocinar en la casa había significado, en operativos anteriores, el sabor de lo compartido. Era una suerte de ritual que afianzaba los lazos, que enriquecía la experiencia en el plano afectivo. Lo más preciado no era lo sabroso del plato, sino el hecho de compartir una tarea, aportando cada uno lo suyo. Pero estando las cosas como estaban, actualmente, era un absurdo total. Empezando porque Susan ni siquiera encontraba un hueco para comunicar las deudas que se iban acumulando con Pablo. Gladys se mostraba distraída, ajena, seguramente, para desconocer la deuda. Lisa se excusaba en su enfermedad. Teto pensaba que era una locura gastar en comida, recibiendo almuerzo y cena gratis del hospital. No lo blanqueaba con el médico, lo decía a sus espaldas. Susan no lograba entender si el médico se había mandado solo, sin consultar o qué cuernos había pasado. Pero el gasto ya se había hecho, no era de buen compañero desentenderse del tema. Por otra parte, aunque esa noche era la menos indicada para celebrar una comida casera que hablara de unión, de camaradería, también era cierto que si no se utilizaban los ingredientes comprados, se iban a echar a perder…

Susan le puso toda la onda que pudo al amasado, Pablo, por su parte, estaba exultante, con muchas ganas de cocinar algo rico, en la parrilla del chalet. Regresó el trío, tras cumplir la guardia activa. Teto traía consigo la comida del hospital: unos riquísimos canelones de carne y verdura . Mirado desde afuera -como no podía dejar de contemplarlo Susan-, la escena era graciosamente absurda. Teto y Gladys mostraban gran apetencia por los canelones que traían, pero se toparon, inesperadamente, con las pizzas caseras, servidas con gran pompa. Obviamente, no les quedaba otra que remontar la situación, careteándola. Pero no podían tampoco disimular que con la comida del hospital se sentían más que conformes. Lisa decía que “no se privaría de probar un pedacitito de una pizza”. Teto, al tiempo que largaba algún grosero comentario de aprobación, para quedar bien con Pablo, engullía los canelones con fruición. Para terminar de sazonar la parodia, Teto no le hablaba a Susan, ni a sus dos compañeras de ambulancia, sólo se dirigía al médico. Que fuera el jefe del operativo, para un sujeto de esta calaña, era primordial, además, tenía muy en cuenta los contactos influyentes con los que contaba Pablo. Su mundo primitivo se dividía en tan sólo dos 2 partes: los de arriba con quienes debía congraciarse para poder escalar y los de abajo a quienes traicionar y pisotear.

En conclusión, por más hambre que pudieran tener, 5 pizzas rebosantes más dos enormes fuentes repletas de canelones bien gorditos, con doble salsa, era un exceso a todas luces para tan sólo 4 personas. Lisa no contaba desde que se había transformado en una fundamentalista del cuidado de su dieta apta para celíacos.

Susan se hallaba dividida entre el compromiso asumido con Pablo de recuperar su dinero y la evidente falta de preocupación, por parte de sus compañeros, de asumir la deuda por un gasto que, al parecer, a ninguno le interesaba ni había decidido. Todo era un lío porque al gasto de las pizzas, se le sumaban otros gastos de la casa que sí o sí debían afrontar entre todos. La psicóloga no sabía cómo salvar la cuestión, sobre todo, contando con tan pocas chances para el diálogo. En el caso de Teto, con ninguna. Seguramente, se estaba haciendo cargo de lo que no le correspondía, pretendía navegar a dos aguas, buscando un nexo, y lo único que estaba logrando era hundirse ella solita.

A pesar de la precaria escaramuza con que el terceto de la ambulancia “celebró” las pizzas caseras, a Susan no se le escapaba que era toda una impostura barata y que ninguno querría luego levantar al muerto. Seguramente Lisa pagaría, de eso no tenía dudas la psicóloga, pero no sería más que una nueva exhibición de su sacrificado rol en esta vida. Tener que pagar por algo que ella no podía comer, ¡¡¡cuánta injusticia, Señor!! Pero, al menos, no se desentendería del asunto, elucubraba Susan, a modo de consuelo.

Aquella noche, nuevamente, las tres mujeres volvieron a hablar del malestar generado por Teto. Lisa se mostraba histriónicamente ofendida, decidida a cortar todo lazo. Amenazaba con hacer la denuncia al día siguiente, pero agregaba ahora una condición “si se repetía lo del día de hoy”. Puro bla, bla, bla. Se fue a dormir temprano, de modo que quedaron conversando, a solas, Gladys y Susan.

La enfermera exponía su doble dificultad, para ella no se trataba sólo de cómo sobrellevar esta quincena, con Teto se seguirían viendo después en su trabajo habitual. La psicóloga, más tranquila o quizás más cansada, le sugirió que intentara hablar con él, que buscara de qué manera entrarle, como para apaciguar las cosas. No creía que Lisa fuera a hablar con las autoridades, así que lo mejor sería que, desde su lugar, llegara a algún acuerdo mínimo, para que no se profundizara el conflicto.
- Es que el tipo piensa como un negro, se quejó Gladys.
- Yo no pienso que sea una cuestión de negros o blancos, respondió Susan, harta de los comentarios racistas, tanto de la enfermera como de la médica. Se trata de cumplir con un trabajo, no se puede hacer bien si no se hablan, menos en salud. Como vos tenés más confianza y se van a seguir viendo, por ahí, te escucha, si le hablás bien.
- Qué me va a escuchar, tiene fama de ser un sorete, nadie lo quiere en mi trabajo. Por algo deben hablar así de él.
- Sí, a mí también me llegaron malos comentarios, ¡¡¡me han contado cada cosa!!! Es de terror este pibe, soltó Susan, ya sin fuerzas para contener ni medir qué decía.
- No creo que me escuche, no lo digo por la piel, pero de verdad, piensa como un negro de la villa.
- Yo no pienso así, se diferenció la psicóloga. Lo único que te puedo decir es que blanco o negro, el tipo cometió irregularidades graves, pero vos no tenés la autoridad para poner orden en eso. Y como tenés que seguir tratándolo, tratá de hablar con él, a ver si logran un mínimo acuerdo para no seguir en guerra.

Gladys no parecía muy convencida, como Susan tampoco lo pretendía, cerró el tema ahí. Había dicho su parecer, la enfermera era quien debía decidir cómo actuar.

Al día siguiente, Susan se despertó temprano, por los ruidos que hacía Lisa, revolviendo sus cosas. Se enteró entonces que a la médica le faltaban 400 pesos y unos anteojos de sol de marca, muy caros. La psicóloga, incómoda por esta situación, le pidió que revisara sus pertenencias, que sería un alivio para ella, dado que compartían la habitación. La médica se negó rotundamente, dijo que, seguramente, estarían escondidos “en todo el despelote” que tenía. Gladys salió de la ducha, la ayudó a buscar un poco, sin darle gran importancia al asunto. Al rato, se fueron a cumplir la guardia activa. La psicóloga estaba extenuada pero se levantó, ya contaba los días para su regreso a Baires.

Por la tarde temprano, Gladys se acercó a Susan para contarle que había hablado con Teto. Se la veía relajada, casi feliz. Contó que él la había tratado muy bien, que le había dicho que estaba enojado porque había escuchado toda la conversación en la mesa, el día anterior.
- Está dolido porque escuchó que “alguien” decía que era un “pendejo de mierda”, comentó en un tono que le hizo ruido a la psicóloga.
- Yo no dije eso, remarcó Susan.
Tras una incómoda pausa, Gladys, en un tono nada creíble, dijo:
- ¿Ah, no? Ahhh… bueno, no sé, por ahí lo dije yo…
- Ustedes dijeron que fui yo, estoy segura.
- No, no, él dijo que lo escuchó pero no sabía quién lo dijo y yo no me acordaba.
- Vos dijiste que fui yo, Gladys.
- No, bueno, sí, me pareció. Si querés le digo que no fuiste vos, no sé, no sé quién lo dijo. Pero lo importante es que nos arreglamos, ¿viste? Me escuchó todo lo que le dije, es que es un pibe… Hay que entenderlo.

Susan recibió estos comentarios como un balde de agua helada. No le importaba que Teto creyera que hubiera sido ella, quizás, incluso, era posible que lo hubiera dicho, aunque no se acordaba. Lo que era seguro es que fue la única de las tres que no lo había tratado de “negro”, de “villero”, de “pensar como un negro”. Pero en ese contexto, ¿qué importaba? ¿Quién valoraría que ella no lo hubiera discriminado? Susan ya no quería seguir hablando con Gladys, no podía evitar sentirse traicionada. La había bancado, la había escuchado, a pesar de no tener que ver en el asunto, y ahora Gladys se había dado vuelta como una media, “enchufándole el fardo” a ella. No tenía interlocutor válido, era eso. Era sembrar en el desierto.

La psicóloga tomó nota de esta “panquequeada” de la enfermera, pero no le dijo nada. Pensó que no valía la pena, que no entendería sus argumentos, que no querría entenderlos, mejor dicho. Más aún, Gladys, lejos de escuchar los argumentos, tomaría frases sueltas para engordar el conventillo. Como trabajaba con Teto y no con Susan, le convenía hundirla a ella, para “salvar” su relación con él. Por supuesto, se sintió una estúpida por haber tomado partido, lo bien que había hecho Pablo en mantenerse al margen…

Lisa, por su parte, seguía sosteniendo la escenita de la ofendida. Perro que ladra, no muerde. Más tarde, al término de una intervención en que se cruzaron, Lisa, muy sonriente, vino a comentarle la buena nueva a la psicóloga. Le había pedido a Teto que hablaran, tan luego ella que proclamaba que jamás lo haría, que de él debía salir el gesto. Refirió que él le pidió disculpas, reconociendo que había estado mal el día anterior y que, por supuesto, quedaron tan felices y contentos, como con Gladys por la mañana. Sólo les faltaba comer perdices y el cuento de hadas estaba completito.

Susan escuchó a Lisa, absteniéndose de comentarios. No tenía el menor sentido que comunicara su opinión. ¿Quién la valoraría?

A la noche, durante la cena, todo era paz y amor en el trío. Teto estaba radiante y, como gesto de amistad casi perfecta, se ofreció muy amablemente a llevar a las chicas a dar un paseo por el centro, así Lisa se encontraba con una compañera de su hospital que estaba veraneando justo en esta ciudad. Susan quería salir pero estaba harta del pan y del circo. Pablo daba señales de irse a dormir muy temprano, el libro que estaba leyendo había entrado en un tenor dramático, muy denso, tampoco daba para sumergirse en él, a modo de relax, ni muchísimo menos. Por lo demás, enfermera y médica, daban por descontado que Susan iría, sí o sí, si era la que más había insistido para salir, desde un principio. Susan pensó que ya que estaba en el baile, bailaría, así que también fue de la partida. Mientras las mujeres paseaban por los puestos de la feria, el joven chofer utilizaba la ambulancia como “telo” con ruedas…

Al regreso, a pesar del clima de repentina camaradería que se había instalado, a Susan no se le pasó por alto que a la única que Teto seguía sin hablarle era a ella. Al día siguiente, esto se le hizo más evidente, aunque el resto no se daba por enterado. Fingía ser “el chico bueno” y todos compraban.

Esa mañana, nuevamente, Lisa volvió a comentar lo de la falta de dinero pero ya preocupada, diciendo que había revisado todo y que no aparecían ni la plata ni los anteojos. Decía que no le quedaba ni un peso. Susan le volvió a ofrecer que revisara también sus cosas, pero la médica la cortó en seco, diciéndole:
- Yo no dudo de vos, no dudo de nadie. Bueno, del único que dudaría es de Teto, pero de los demás, ¡¡¡nunca!!!!

Susan ya deseaba tirar la toalla, no daba más. En el desayuno con Pablo, le comentó los faltantes de la médica. Para variar, el médico le restó importancia al hecho, aduciendo que, seguramente, estarían por ahí, que ya los encontraría. Por suerte, a la hora de comer, Lisa llegó exultante: ¡¡¡había encontrado los lentes!!!! La psicóloga, harta de idas y venidas, de subidas y bajadas tan abruptas, pensó que Pablo tenía razón, que no tenía que preocuparse por nada, que así como habían aparecido los lentes, aparecería el dinero. Así que se desentendió del asunto que la mantenía perturbada e incómoda.

Luego del almuerzo, las chicas estaban alborotadas porque iban a ir a la playa. Ahora pensaban que tenían que salir, no quedarse en casa. Susan las miraba en perspectiva, si no, se tenía que poner a llorar o romperles un objeto contundente en la cabeza. ¿Cómo podían ser tan veletas? No eran chiquilinas, una tenía 38 y la otra 44, ¡¡¡¡por favoooor!!!!

Por segunda vez, descontaban que Susan iría también a la playa con el terceto feliz. El día era inmejorable, la psicóloga pensó que no valía la pena atenerse a cuestiones de principios en ese contexto, la absurda sería ella, en ese caso. Así que aunque el ambulanciero no le hablaba. como si ella fuera la culpable de algún escabroso crimen, al menos, disfrutaría del mar y del sol… ¡¡¡qué tanto!!!!

El rato en la playa fue, por supuesto, bizarro. Sus compañeros eran bizarros, ir en ambulancia era bizarro, la carpa y las lonas que llevaron eran bizarros, la situación era bizarra, Susan también era bizarra, la reina de las bizarras, tal vez.

La psicóloga iba para todos lados con su camarita emparchada con cita adhesiva. No andaba ya el zoom, en fin, era también una cámara bizarra, tan apropiada para esa quincena de locura sin remedio. Lo gracioso era que Susan, al fotografiarse con Gladys, se sentía una sílfide, una verdadera mannequin de alta costura. En cambio, a la hora de aproximarse a Lisa y sus escasos 40 kilos, sentía que toda la grasa del mundo se le adosaba a su cuerpo.

A la vuelta, el trío ambulanciero se higienizó para cumplir la guardia activa. Susan se puso a leer y luego fue con Pablo a la playa, ya no le divertía hablar de estos tres impresentables, estaba hastiada, muy hastiada. Quería volverse, no veía la hora en que fuese sábado por la mañana, día en que se concretaría el recambio.

(continuará)

sábado, 10 de abril de 2010

DESVENTURAS SATINADAS VIII (crónica de una quincena accidentada)

VIII. Se viene el estallido

De acuerdo a la doctrina cristiana, el domingo se ha hecho para descansar. Sin embargo, el trabajo en emergencias implicaba permanecer en guardia (activa o pasiva) las 24 hs, durante toda la quincena. Y, en relación a las relaciones interpersonales que suponía la convivencia, aquel domingo de enero, lejos de presentar un panorama de paz, armonía y reflexión, estaba dando inequívocas señales de que se venía preparando un tsunami arrollador.

Al mediodía, al término de la guardia activa, Gladys y Lisa llegaron a la casa, nerviosas y angustiadas, sobre todo, la primera. La enfermera buscó refugio en Susan, confesándole que el día anterior no lloraba porque extrañara a su marido, sino porque “el pendejo” la había presionado para salir, llegando incluso a extorsionarla con dejarla en falta, por no estar en su lugar de trabajo, junto a sus compañeros. “Tiene pensamiento de negro”, decía enojada, entre lágrimas. Viéndola tan crispada, Susan prefirió abstenerse de cuestionar su comentario racista.

Al parecer, Teto estaba decidido a ir a bailar sí o sí. Como arriesgaba su pellejo si se mandaba solo, pretendía arrastrar con él a enfermera y médica, sin contemplaciones. Gladys se negó a la imposición, esto le hizo valer una lluvia de insultos y amenazas por parte del joven chofer.

Lisa se acercó a las dos mujeres, excusándose:
- Yo tengo que ir, lo tengo que hacer por una cuestión de códigos.
- ¿Qué códigos?, preguntó Susan, disconforme.
- El pibe me llevó a ver a mi hermana, yo no puedo fallarle, si quiere salir, tengo que hacerle la pata.
- La verdad, no veo qué tiene que ver una cosa con la otra, replicó la psicóloga.

Gladys seguía mortificada por la discusión, le confió a Susan que Teto pensaba llevarla a ella, a “la chiquita”, en su lugar, amenazando con que daría aviso que Gladys no estaba cumpliendo con su trabajo.
- ¡¡¡No te puedo creer que haya dicho eso!!!, exclamó la psicóloga, soltando una risotada. ¿Ese pibe piensa que puede hacer conmigo lo que quiere? ¡¡Qué locura!!! Además, llegado el caso, si hay alguien que no podría cumplir la función de enfermera soy yo, no sólo porque no sé nada, sino que… ¡¡¡¡me desmayo de la impresión!!!

La humorada relajó un poco los ánimos. La enfermera se sentía ahora más desahogada, luego de haber hablado con Susan.

La psicóloga tenía respecto de Gladys sentimientos encontrados. Por un lado, le caía muy simpática. Durante sus largos monólogos, se había llegado a sentir harta hasta la desesperación, pero también valoraba el esfuerzo y las ansias de progreso de esta mujer. Consideraba loable cómo había podido sobrellevar las penosas circunstancias familiares, que se hubiera empeñado en estudiar y que peleara activamente por tener una vida más digna. Por otro lado, estaba su abultado costado bizarro. Lo referente a su arreglo personal no le molestaba, en cambio, algunas conductas invasivas, algunos comentarios fuera de lugar, lograban incomodarla. Pero, sin lugar a dudas, lo que más rechazo le generaba era todo ese delirio místico, relativo a los espíritus y los rituales con que le había martillado el cerebro. De todos modos, poniendo el combo en la balanza, Susan se esforzaba por rescatar lo positivo, lo cual redundaba en una mejor relación. Y en lo relativo a la circunstancia actual, al atropello que la enfermera había sufrido por parte de Teto, Susan estaba definitivamente de su lado. A diferencia de Pablo, no podía mantenerse prescindente, consideraba que un conflicto de este tenor, no era sólo cuestión de dos, afectaba a todo el equipo y era necesario tomar posición.

Cuando llegó la hora de comer, se respiraba una violencia contenida. El médico se mantenía silencioso, sin entender del todo, qué estaba sucediendo. Los únicos diálogos que se escuchaban eran los que transmitía la televisión. Apenas terminó de comer, Teto se levantó de la mesa, de un modo intempestivo, y salió de la casa, con un rictus que metía miedo. Había sido muy incómodo compartir la mesa en esas condiciones. Susan añoraba las comidas del año anterior, eran un momento de reunión, donde el mayor conflicto lo constituía que un compañero quisiera ver Discovery Channel y otro cualquier programejo en Telefé.

En la sobremesa, liberados de la presencia de Teto, se volvió a hablar del tema. Gladys continuó relatando tramos de las distintas discusiones y cómo ella se había defendido. Las tres mujeres acordaban en que Teto había actuado mal, pero la médica seguía en su postura de no poder hacer otra cosa que darle el gusto, por agradecimiento. Susan no estaba de acuerdo, mucho menos que no se detuviera a reflexionar sobre los métodos extorsivos que había empleado con la enfermera. La psicóloga no se privó de exponer cuál era postura. José, en cambio, miraba la televisión, haciendo caso omiso de todo el entuerto.

La psicóloga salió al porche a fumar, allí se encontró a Teto, quien estaba espiando con los oídos cuanto se hablaba en la mesa. Como no tenía ganas de estar a su lado, buscó un lugar más amable.

Rato después, Pablo, Gladys y Susan salieron a caminar por la playa, aprovechando el día nublado. El mar lucía maravilloso, la psicóloga disfrutó del viento y de ratitos de soledad, mientras caminaba descalza por la costa y las olas le mojaban los pies.

Al regresar, la enfermera se preparó para la guardia activa, Pablo se fue a dormir y Susan se puso a leer en un sillón del porche, su lugar favorito. Mucho antes de que se cumpliera el horario, apareció Lisa en la casa. Interrumpió su lectura, despotricando contra Teto:
- ¿Quién se cree que es ese negro de mierda? ¡¡¡No me habla!!! ¡¡No me dirige la palabra!!! ¡¡¡Qué hijo de puta!!! Nos llamaron para cubrir una urgencia y el pendejo de mierda no me dijo nada.
- ¿Cómo?, preguntó la psicóloga aturdida.
- Estábamos atrás en la ambulancia con Gladys y, de pronto, sin avisarnos nada, arrancó. Me hizo caer, mirá cómo me golpeé. Le pregunto adónde íbamos y no me decía nada. Yo soy la jefa de la ambulancia, soy la médica, no puedo ir a atender a un paciente sin saber a qué voy, de qué se trata.
- Pero eso es grave, es una irregularidad muy grave, vos no podés dejarlo pasar.
- ¡¡¡Claro que no lo voy a dejar pasar!!!, aulló la médica, con los ojos desencajados, casi echando espuma por la boca. ¡¡¡No voy a permitir que un negro villero me estorbe en mi trabajo como médica!!! Mañana mismo voy a dar aviso a las autoridades y les voy a plantear bien clarito: o me lo sacan a este tipo, o me voy yo. ¡¡¡Qué elijan!!!

Susan trataba de que se tranquilizara un poco, pero la médica gritaba, enajenada:
- No veo por qué ese negro de la villa tiene que quedarse él con la radio, la radio es de la ambulancia ¡¡¡y la jefa soy yo!!!! ¡¡¡Se la voy a sacar, que me modulen a mí!!!

Poco después se acercó a la casa Gladys, también furiosa con Teto. La bronca iba in crescendo, a medida que cada una aportaba más quejas o insultos. Se alimentaban mutuamente. Susan las dejó hablar, corriéndose de la escena. Su postura era clara, de apoyo hacia ellas, pero tampoco quería pasarse el día despotricando contra el chofer. No lo veía conducente, además. A su entender, se debían tomar medidas drásticas porque un pibe que se manejaba con tal nivel de irresponsabilidad e impunidad, nada tenía que hacer en un operativo de emergencias. La cosa había pasado a mayores, había que reubicar las cosas en su eje, por más banca que tuviera este nefasto personaje por un jefe de choferes. Susan entendía que la falta cometida no podía cubrirse, a riesgo de hacerse cómplice de tal irregularidad. No obstante, una vez más, sentía que no tenía interlocutores válidos. Tampoco era ella la indicada para decir qué se debía hacer, dado que no formaba parte de la ambulancia. El problema se solucionaría fácilmente informando la irregularidad y pidiendo su relevo inmediato. Vale decir, no era una cuestión de desgañitarse rezongando, sino de hacer lo que correspondía. Pero se sentía sola en esta lectura de la situación: Teto era un bardero al que nadie le ponía límite, la enfermera y la médica perdían pie en medio de tanto rezongo vano y Pablo no emitía opinión, ni siquiera estaba al tanto de lo sucedido esa tarde.

Estando lejos de casa, debiendo convivir con extraños, en un barrio apartado del centro, no era fácil sustraerse del caos. Susan se sentía ahogada, se refugiaba en la lectura pero por momentos no podía concentrarse. Esa tarde había recibido un mensaje de Luciana, contándole que había habido problemas en su equipo de origen. La psicóloga sabía muy bien el nivel del maltrato que podía vivirse en él. Inevitablemente, pensó que a su vuelta, la furia recaería sobre ella. No importaba si había motivos o no, cuando el capricho impera, cualquier nimiedad se eleva como loco justificativo. El colmo de la desazón lo generó un llamado de su hija quien estaba muy angustiada por una situación vivida en la colonia, no era grave en sí mismo lo ocurrido, pero la niña necesitaba contención. La psicóloga trató de ofrecerle un sostén que le permitiera su alivio pero no era fácil estando lejos, sólo hablando por teléfono. Pudo lograrlo, tras una extensa charla. Pudo lograr el alivio de su hija pero no consigo misma, su propio estado de ánimo se desplomaba. Más allá del desprecio que le generaba un personaje tan ruin como Teto, la enojaba mucho que la médica no se diera cuenta de cómo ordenar la situación, que ni siquiera se pudiera hablar con ella en términos racionales. Más allá de lo que gritara a repetición, Lisa era la jefa de ambulancia, la que tenía autoridad para ordenar el trabajo en ese ámbito. La cosa no se solucionaría yéndose, abandonando el barco a mitad camino, como amenazaba a cada rato, sino, procediendo con lógica, sentido común. Pero la pobre era débil, inestable. No tenía todos los patitos en fila, eso era seguro. Susan sentía una gran impotencia por no poder actuar en el conflicto. La misma se acrecentaba por el caos de su propio trabajo, testimoniado por el mensaje de Luciana. Pero lo que más le dolía, lo que redoblaba su impotencia, era la distancia geográfica que la separaba de su hija, tenía muchísimas ganas de abrazarla, de ver cómo se recuperaba su ánimo, de verla sonreír.

(continuará)

viernes, 9 de abril de 2010

DESVENTURAS SATINADAS VII (crónica de una quincena accidentada)

VII. En línea recta hacia el carajo.

A la mañana siguiente, Susan se despertó, estaba sola en la casa. Mientras desayunaba, evocó lo ocurrido el día anterior: los relatos de peleas ambulancieras, la desagradable pollera de Gladys, la complicidad ganada con Pablo, la dura y extensa intervención con el menor, la visita a la hermana de Lisa y su atractivo sobrino. Se sonrió pensando cómo los planes de Teto habían naufragado, sin derecho a pataleo. El trabajo había logrado ordenar el entuerto, ¿pero qué cataclismo sobrevendría en el día de la fecha, siendo sábado?

A la hora de almorzar, Susan se cruzó con Gladys en la cocina, vio que tenía lágrimas en los ojos. Le preguntó qué le pasaba. Le contestó que extrañaba a su marido. A la psicóloga le pareció dudosa la respuesta pero la dejó pasar. En el almuerzo, el clima no era el mejor. Susan se refugió en la lectura por la tarde temprano.

Cerca de las 17, en la playa, Susan volvió a sus confidencias con Pablo. Según el punto de vista de éste, la médica tenía un histrionismo superlativo y Teto era un pillo, sin embargo, les guardaba un cierto aprecio. A la que no tragaba ni con 5 litros de Coca Zero era a Gladys, la consideraba una “atrevida” porque no respetaba sus indicaciones. Por su parte, la psicóloga opinó que el mayor foco de conflicto en la casa no era la enfermera, sino Teto, que todo el tiempo procuraba transgredir las normas de convivencia. Le confió, además, que había recibido pésimas referencias de él, sin entrar en detalles. Luego, volvieron a reírse de las distintas situaciones bizarras con las que debían convivir. Se preguntaban qué pasaría en la noche de sábado, temían un altercado mayor. El médico sentó posición: no iba a involucrarse porque, si bien no estaba dispuesto a avalar que el pibe trajera mujeres a la casa, tampoco quería un enfrentamiento con él. A su entender, lo mejor sería que se las arreglaran entre ellos.

Al regreso, Susan se bajó en un locutorio para escribir algunos informes pendientes de sus intervenciones. Mientras retornaba a la casa, caminando, recibió un mensaje de Pablo que le preguntaba si estaba dispuesta a amasar pizzas como el año anterior, que él las haría a la parrilla. La psicóloga respondió que sí, quedaron en que irían juntos al supermercado. Antes de volver al chalet, pasó a saludar al equipo de ambulancia que cumplía guardia activa en el hospital. Habló unos minutos con Lisa quien le dijo que habían acordado con “el doc” en hacer una picada a la noche, hartos de comer todos los santos días pollo. Susan supuso que habrían cambiado de opinión, pero al llegar a la casa, Pablo seguía con la idea de que amasara pizzas. Seguramente, el médico quería reeditar los buenos momentos pasados el año anterior, en que se cocinaron exquisitos asados y pizzas a la parrilla. Con los nuevos compañeros, siempre quejándose de no tener dinero, un asado era una utopía, pero bien se podría compartir unas ricas pizzas hechas en casa. Fueron a comprar, había largas colas en el super. Regresaron algo demorados, Lisa y Gladys dijeron que querían cenar temprano, que estaban cansadas. Al enterarse que se había comprado para hacer pizzas y no picada, Lisa, repentinamente, se puso estricta con el tema de no consumir harina. Como ya era tarde para cocinar, Susan le ofreció que compraran al día siguiente harina de arroz y fécula para armar un bollo para ella, pero la médica se negó rotundamente. ¿Para qué habían ido a comprar, entonces? Susan no entendía nada, era un teléfono descompuesto. El colmo del ridículo fue que al rato apareció Teto trayendo la comida del hospital: ¡¡¡era pizza!!! Y encima, ¡¡¡estaba riquísima!!!

Era una convivencia difícil. El dinero era también una fuente de malestar. Teto, como ya lo había actuado en el operativo anterior -sin que nadie le creyera-, decía “haber perdido dinero”. Desde el primer día, anunció que “no tenía un mango”. Gladys también acusaba estar corta de dinero, incluso utilizaba este argumento como excusa para no salir, aunque fuera a caminar. Pero en la casa había gastos comunes, como las bebidas, los artículos de higiene, todo lo referente a desayuno y merienda. Pablo había invertido bastante dinero no sólo en las bebidas e ingredientes para esa noche, sino que había realizado varias compras comunitarias, en días anteriores. Siempre le entregaba a Susan los tickets para que ella se encargara de las cuentas y le pidiera al resto del equipo que aportara su parte. Pero sólo en la primera oportunidad, cada uno pagó lo que correspondía. Esa noche, en particular, la psicóloga, aunque tenía unos cuantos tickets acumulados en su cartera, juzgó que no era el mejor momento para comunicar gastos.

El aire se cortaba con un cuchillo, se pusieron a comer, viendo la tele. De pronto, Teto recibió por la radio un llamado de atención en malos términos. Le avisaron que había sucedido un accidente con víctimas fatales, en una localidad cercana y que, desde hacía largo rato, intentaban localizarlos sin que nadie respondiera. Teto se defendió, asegurando que había estado todo el tiempo con la radio a mano. Al cortar, el malestar tenía nuevo eje. Habían dejado sus números desde el primer día, revisaron sus celulares, ninguno tenía llamadas perdidas ni mensajes sin abrir. Teto estaba furioso por haber sido levantado en peso, lo tomaba como algo personal. Llamó a su jefe de choferes, con quien tenía un inconfesado lazo de parentesco, a pesar de ser un secreto a voces. Le explicó lo sucedido, para cubrirse de algún coletazo. Poco después, fueron con Pablo al hospital para averiguar qué había pasado con los números que el actual equipo había aportado. Allí descubrieron que el operador había confundido la lista, que había llamado a los agentes de la quincena anterior. Al volver, Pablo se mostraba tranquilo, se había solucionado el malentendido. En cambio, el joven chofer era una furia andante. No podía conformarse, llamaba a distintos contactos para desparramar tierra sobre otros, calculando que era el mejor modo de quedar él bien parado.

El equipo a pleno recibió la orden de permanecer alerta para intervenir como apoyo, si era necesario. Mientras se ajustaban los preparativos, Susan recibió el llamado de su superior:
- Hola, ¿cómo estás? Escuchame, a mi amigo lo mordió un gato en Loromar y en el hospital no le quieren poner la vacuna antirrábica, fijate si te podés comunicar por la radio, a ver si dejan de boludearlo.

Susan, no daba crédito a lo que escuchaba. Era francamente surrealista el cuadro. Respondió que haría lo posible y que le avisaría por mensaje de texto. Muerta de vergüenza recurrió a Pablo y le planteó el pedido recibido, le suplicó que se ocupara él que tenía más contactos. El médico la miraba entre divertido y confuso. Finalmente, accedió. Se enteraron que hasta las más altas autoridades se habían movilizado por el asuntillo. Mientras Susan aguardaba respuesta, recibió un nuevo llamado de su superior, en un tono muy alterado. Tratando de apaciguar las aguas, Susan le dijo que se estaban ocupando, recordándole que le avisaría cuando hubiera novedades.

En el chalet, todo era ajetreo y mala onda. Teto lucía su peor cara de perro, tras que naufragan sus planes de salida por el alerta de intervención, lo habían retado y no podía reponerse. Por su parte, Gladys y Lisa se quejaban de estar agotadas y Susan rogaba a todos los dioses del Olimpo porque se solucionara el tema de la mordedura felina. Cada tanto, le insistía a Pablo para que averiguara cómo iba la cosa, a sabiendas que su superior la internaría hasta altas horas de la madrugaba si tan grave catástrofe no hallaba solución.

Cerca de las 2 de la madrugada, se les anunció que bajaba el alerta. El tremendo problema gatuno, se había resuelto hacía horas. Para levantar los ánimos, Pablo se ofreció a ir a comprar helado para todos. Las mujeres aceptaron contentas, en cambio, Teto, envenenado, se encerró en la cocina a dormir. Otra vez el trabajo había logrado torcer el rumbo de sus libidinosas pretensiones.

(continuará)

jueves, 8 de abril de 2010

DESVENTURAS SATINADAS VI (crónica de una quincena accidentada)

VI. Linvin’ la vida loca

Gladys se apropió del living, también durante las siestas. Era una mujer que no le daba ninguna oportunidad al silencio: o hablaba hasta por los codos, o roncaba, o utilizaba al televisor como relevo. Donde estuviera ella, siempre habría ruido.

Susan, con una cuotita de maldad, no se privó de capturar la imagen del ballenato, desparramado en el living. Era lo mínimo que podía hacer, además, no quería que los suyos desconfiaran de su relato. Necesitaba pruebas y las que obtuvo, fueron por demás contundentes.

Además de ruidosa, la enfermera era muy metereta. No conocía la instancia previa de evaluar, estudiar o medir si podía o no meterse y hasta dónde. Se metía de una, sin red. Tanto para la acción como para revolear un comentario inapropiado. Por supuesto, eso le valía más de una puteada por parte de Teto. Pablo le echaba flit, desde lejos, no le permitía que se le acerque ni un tramo, de hecho, jamás le habilitó el tuteo. Lisa y Susan, en cambio, eran más permisivas aunque la paciencia se les iba agotando…

Una tarde, la médica, se desplomó en el sillón del porche, donde estaba fumando la psicóloga. Desesperada, soltó:
- ¡¡¡No puedo más!!!
- ¿Qué te pasa?, preguntó Susan, asombrada.

La médica reparó en la presencia de ésta, lo había tirado al aire.
- Tengo la autoestima por el piso, ¡¡¡me siento un bicho!!!
- ¿Por qué? ¿Qué pasó?
- ¡¡¡Esta mina que me vive diciendo cosas: que estoy muy flaca, que no tengo lolas, que tengo granos, que mi pelo es horribleeee!!!
- Ah, pero no le hagas caso, musitó Susan, tratando de animarla y reprimiendo cualquier manifestación exterior de la profunda gracia que le generaba la escena.

Con la psicóloga, la enfermera también avanzaba en confianza. Seguramente, Susan había sido gran responsable en ello. Amiga de lo lúdico, bromeaba con Gladys, haciéndose chistes de todo tipo, incluso lésbicos, proclamándose como “Sandra y Celeste”. No pasaba de ser un juego inocente, entre divertido y reparatorio. Lástima que esto le daba pie a la mujerona a ir más allá, en cuestiones que Susan ya no consensuaba. En verdad, la psicóloga sabía convivir con gente extraña. Desde joven había tenido oportunidad de compartir residencia, veraneos y otras experiencias con desconocidos. No era conflictiva, no tenía grandes remilgos, se mantenía tranquila y componedora, en tales ocasiones. Su mayor defecto, el único que le había valido quejas de sus convivientes, era su falta de aptitud para el orden. A sabiendas de sus incapacidades, Susan trataba de molestar lo menos posible, de esforzarse en ser tan ordenada como podía. No le salía del todo bien, pero tampoco invadía otros territorios. Como ama de casa, siempre había sido un absoluto fiasco. Para colmo de males había cosas que no estaba dispuesta a hacer, por ejemplo, limpiar el baño, tarea que le repugnaba. Pero sí cumplía con lavar los platos, levantar la mesa y barrer cada tanto la arena del piso. El orden y la limpieza del lugar eran el talón de Aquiles de la psicóloga, por esto, hacía el mayor esfuerzo posible por disimularlo. Pero Gladys no lo iba a dejar pasar así nomás. Lejos de minimizar el ítem o conformarse con criticarla a sus espaldas -cosa que bien poco le interesaba a Susan-, se permitió darle directivas. Una noche, tras la cena, vociferó a boca de jarro:

- Dejá, no laves vos, Lisa. Hoy le toca lavar a la psicóloga…

Había metido el dedo en la llaga, donde más le dolía a Susan. Ese comentario no sólo desconocía que había sido ella quien había lavado los platos ese mismo mediodía, osaba, además, darle una ¡¡ORDEN!! Tratando de contener el volcán que pujaba dentro, le respondió de un modo sereno pero taxativo:

- Te equivocaste, yo los lavé HOY, al mediodía.
- ¿En serio?, preguntó incrédula la enfermera.

La cara de Susan no admitía asomo de apelación.

- Ah, bueno, entonces, ¿a quién le toca hoy? Contó con los deditos y dijo con una sonrisa falsa: - ¡¡¡Entonces, me toca a mí!!!.

Se levantó rauda a cumplimentar la tarea, no se le había escapado que, por primera vez, la psicóloga abandonaba su actitud relajada y divertida, para ponerse seria y firme. Al poco rato, salió nuevamente al porche, radiante.

- Bueno, tarea cumplida, ¡¡¡al final no era para tanto!!!

Susan ya había dejado atrás la posición defensiva, Gladys estaba contenta, como siempre. El ánimo de Lisa había mejorado, luego de aliviar su problema de salud, sumado a la cantidad de horas de sueño reparador que había disfrutado durante todos esos días y todas esas noches. Por primera vez, la invitación a salir, por parte de Teto, fue bien recibida por las tres mujeres de la casa. Pablo se negó, aludiendo que estaba cansado.

Como Gladys no había ido todavía a ver el mar, se decidió ir a disfrutar de la playa, durante la noche. Se cargó un termo con agua caliente para el mate y lonas para sentarse en la arena húmeda. Se abrigaron todos para soportar la brisa fresca del mar y, luego, partieron entusiasmados en la ambulancia.

El trayecto hacia la playa fue divertido, Teto paseó por la ciudad para que Lisa, que viajaba adelante con él, la conociera. En la parte trasera, Susan y Gladys bromeaban de un modo casi infantil, como siempre. Finalmente, la ambulancia estacionó en una calle cercana al mar. El viento soplaba bastante fuerte, aún así era hermoso respirar ese aire puro, deleitarse con el rugido del mar. Teto iba y venía, haciendo la suya. Susan se permitió un rato de descanso, permaneciendo alejada de Gladys y Lisa que charloteaban unos metros más allá. La asombró la cantidad de jovencitos que pululaban en la costa, algunos hasta se metían al agua, vestidos o no.

Teto volvió a reunirse con las mujeres, pidiendo tomar mate. Gladys extendió sus dos lonas a rayas, mientras el muchacho iba a buscar el termo, la yerbera y el mate. Susan, muerta de frío, se sentó en la lona. Gladys le pidió que se corriera, quería sentarse junto a Lisa porque estaban charlando de “algo”. Susan bromeó que la dejaban afuera, corriéndose al otro extremo. En seguida, descubrió que la charla versaba sobre los espíritus que poseían a la gordita cuando estaba en trance. Como un resorte, Susan se levantó y se alejó. Por nada del mundo querría repetir la experiencia. Se quedó mirando a los chicos, adolescentes y preadolescentes, que coqueteaban por el lugar. Vio familias enteras paseando por la costa. Hacía frío, pero era agradable pasar el rato allí. Reapareció Teto y se acercó a Susan, le murmuró algo así como “ahí está la gorda, con sus brujerías otra vez”. La psicóloga se rió. Mientras a Teto se le iban los ojos mirando a las jovencitas, que se exhibían con minifaldas, escotes y ridículos tacos altos que se hundían en la arena mojada, se acercó a las muchachas con idea de matear. Se sentó en la lona y no pudo dar crédito a lo que oía: ¡¡¡Gladys le estaba cantantando una canción a Lisa!!!

Muy divertida, Susan no soltó la carcajada pero, al menos, escondida en la oscuridad de la noche, se sonrió. Fue hacia donde estaba Teto y le comentó el descubrimiento, riéndose. Decidieron salvar a Lisa de las garras de la enfermera. El chofer cortó en seco a la cantante:
- ¡¡Acá tenés el termo, gorda, ‘jate ‘e joder con tus canciones espiritistas!!

El grupo disfrutó de unos ricos mates calientes. Poco después, el frío y la humedad, se colaban entre la ropa, ya no resultaba tan agradable estar allí. Entonces, se dirigieron hacia donde estaba la ambulancia. En el trayecto, Susan se acercó a Lisa, con tono cómplice.

- Qué linda cancioncita de los espíritus, eh?
- ¡¡Ni me hables!!, contestó la médica, en tono de divertida queja. ¡¡¡Qué momentoooo!!!

La psicóloga había llevado su averiada camarita digital, Lisa y Gladys estaban por demás alegres y sueltas, así que se pusieron a posar para las fotos, sin importarles las personas que circulaban por el lugar. La una mostraba la cola, abría la boca sensualmente, contorneándose en poses más que provocativas. En pleno éxtasis, la enfermera se decidió a mostrar su tatuaje “íntimo”. Fue así que peló una lola por la mitad, donde tenía tatuada una rosa roja bastante grande, rodeada de una ondulante ola celeste turquesa. ¡¡¡PrecEoso!!!

El juego con las fotos, sucedía entre las mujeres. Teto había desaparecido, seguramente, para corretear alguna chica o para buscar info que le fuera de utilidad para sus conquistas. Susan era la fotógrafa pero, para no cortar el clima de excitante diversión para sus compañeras, también se avino a posar. Por supuesto, borró sus fotos, apenas pudo. Le daban una vergüenza infinita…

Teto interrumpió la sesión fotográfica hot, aportando data IMPORTANTÍSIMA que había sonsacado a los agentes de seguridad, destinados a la playa. ¡¡¡Todas las noches levantaban un montón de parejitas manteniendo sexo en la arena!!! ¡¡¡Estaba prohibido!!!, se lamentaba el joven Teto, sin un mango. Se le cerraba así otra posibilidad para cometer sus infidelidades, gratarola. Para Susan y, seguramente para las otras dos, la información era irrelevante. ¡¡Si por poco quedaron entumecidas en la arena, sentadas en la lona y con las camperas puestas!!

Rumbearon los cuatro hacia un bar donde se podía escuchar rock nacional. El estado de exaltación de médica y enfermera iba in crescendo. No pasó mucho rato hasta que se pusieron a bailar frenéticamente entre ellas, sin importarles nada. La psicóloga se divertía mirándolas, cruzando alguna mirada cómplice con el chofer. Esto no ayudaba a mantener la distancia que procuraba, es cierto, no estaba siendo prolija, pero tampoco era de fierro, necesitaba alguna descarga mínima para no reventar ante toda esa bizarrez flagrante de la que era parte, “en parte”. Al mismo tiempo, no podía dejar de mirar el carnaval que la rodeaba desde lejos, con ojos llenos de extrañeza.

Finalmente, por detrás de Susan y Teto, muertas de risa, agachándose para poder reírse mejor y con lágrimas de ya no poder más, las dos mujeres se encaminaron hacia la ambulancia que las regresaría de vuelta al chalet. ¡¡¡Qué joda loca!!!

(continuará)