SOLEDADES Y LAZOS

Porque nuestra subjetividad está entramada de vínculos y espacios privados, ambos son bienvenidos. Ojalá que los lazos no ahoguen intimidades, ni la soledad bloquee los caminos para el intercambio.



domingo, 4 de abril de 2010

DESVENTURAS SATINADAS (Crónica de una quincena accidentada)

I. Fumando espero

El rigor del tórrido enero no daba tregua en la madrugada de sábado. Sin dormir, Susan, la psicóloga de la red de emergencias, examinaba el reloj de su teléfono celular. ¿Sería mejor respetar el punto acordado o avisaba que esperaría en otro menos inseguro? El taxi estaba próximo a Plaza Flores. Por experiencia, sabía que no serían puntuales, que era preferible aguardar en un lugar menos expuesto que la estación. - A ver si me pasan a buscar por el puente Liniers, como dijeron al principio y me quedo a pie, se torturó Susan. A pesar de la hora temprana, se animó a llamar al teléfono registrado en su celular días atrás. Algo avergonzada, se disculpó con la esposa del chofer por haberla despertado. Con prisa, se puso a revisar, en la lista de contactos, el número utilizado en el operativo anterior. Llamó. La tranquilizó reconocer la voz del chofer de ambulancia que la había trasladado un año antes.
- Hola, soy Susan, la psicóloga del operativo, quería…
- ¿Todavía no pasaron?, ya deben estar por pasar, interrumpió la voz.
- Es que prefiero que pasen por plaza Flores y no por la estación, me da miedo ese lugar… ¿podría ser?
- Sí, yo le aviso al muchacho, no hay problema.
- ¿Usted no viene?
- No, pero quedamos así, sentenció el tipo y cortó.

El taxista detuvo su vehículo cerca de una garita policial vacía. Para mayor seguridad, avanzó unos metros más hasta un puesto de flores que aportaba algo de luz a la esquina de Rivadavia y Artigas. Los mosquitos no tardaron en darse un festín con los brazos y piernas desnudos de Susan. El repelente había sido tan cuidadosamente guardado, que debió defenderse a manotazos que siempre llegaban demasiado tarde.

Susan suspiró, miró el reloj del celular: todavía no eran las 5. Prendió un cigarrillo. La alertaban las caras poco amigables de los transeúntes. Recostó su frente en el hombro de su compañero. Habían tenido una pequeña pelea, poco antes de salir, pero no era momento de conservar rencores. Desconfiada, la psicóloga mantenía firmes sus manos sujetando cartera, bolsito de mano y la amplia valija nueva con ruedas. No pudo evitar que se le cruzaran por la mente escenas de amenazas y robo. La luz de mercurio titubeó unos segundos antes de apagarse. La zozobra tomó mayores bríos con la penumbra. Volvió a cotejar la hora: sólo habían pasado unos minutos. ¿Se habría comunicado el viejo chofer con Teto? Mmmm… ese “muchacho”, como lo había llamado el viejo, qué malas referencias había obtenido de él. Se contuvo hasta llegar a “y 20” y volvió a llamar.
- Hola, soy la psicóloga del operativo, otra vez. Disculpe pero quería saber si pudo comunicarse con el chofer que pasará a buscarme.
- Quédese tranquila, viajan la doctora, una enfermera y usted.
- ¿Pero le pudo avisar?
- Ya deben estar por llegar, quédese tranquila.

La luz de mercurio seguía jugando a las escondidas, pasaban barras de muchachos con miradas desafiantes y un paso que delataba exceso de alcohol. Las ronchas le ardían de tanto rascarse. Tragó saliva, hacía rato que su poca paciencia se había agotado. Prendió otro cigarrillo. Se acercó al puesto a curiosear las flores, harta que los puesteros la curiosearan a ella. Pasadas las 5.30, volvió a llamar al chofer con resolución.
- Escúcheme, hace más de 45 minutos que espero en la plaza de Flores, avenida Rivadavia y Artigas, estoy en ESA esquina. ¿Usted le pudo avisar a Teto que estoy acá y no en la estación de Flores? Tengo miedo de que nos desencontremos.
- Eh…
- ¿Le pudo avisar?, ¿sabe que estoy acá?
- Lo llamé pero no me contestó, le dejé un mensaje.
- Mire, yo necesito estar en Dolores a las 6, son más de las 5.30 y ya no llego. Me dijeron que ustedes me iban a pasar a buscar, yo no tengo el teléfono de Teto, ¿usted le puede avisar que estoy en plaza Flores, en la esquina de Rivadavia y Artigas AHORA?
- Quédese tranquila, yo le aviso.
- Dígale que me llame URGENTE, él tiene mi teléfono.

Harta de ese viejo mentiroso, Susan evaluó cómo haría para llegar al puesto de la costa, por sus propios medios. Sin mucha expectativa, siguió esperando hasta que recibió un mensaje de texto que anunciaba que la ambulancia viajaba cerca de Liniers. Entre enojada y aliviada, Susan tipeó la esquina porteña en que se hallaba y envió respuesta. Veinte minutos después, reconoció el móvil que estacionó en la mano de enfrente. Dejando de lado la bronca, cruzó, arreando bultos. La puerta trasera de la ambulancia se abrió, Susan vio dos mujeres. Renomé, su pareja, se ocupó de subir la valija más pesada con la ayuda de éstas, mientras ella intentaba saludar con un gesto de la mano a chofer y acompañante. Renomé y Susan se abrazaron con calidez, antes de que subiera. La psicóloga escuchó el fuerte sonido de la puerta al cerrarse y se halló frente a frente con quienes serían sus compañeras de trabajo durante las dos próximas semanas.


(continuará)

3 comentarios:

laspalmerassalvajes dijo...

'Exagera. Susan, la protagonista, se ahoga en un vaso de agua. La ansiedad no es buena compañera. Y menos a esa hora y en Plaza Flores'...me dije ni bien empecé la lectura. Claro, cuando llegué al final de esta, la primera entrega, debí desandar cada palabra: si este era el principio, la quincena le hace honor al título de la saga desde el prólogo.


No obstante, hay algo identificatorio en esta muchacha. Sip, pocas cosas me sacan de quicio. Tan pocas que sólo se me ocurren mi madre y sus boludeces y la impuntualidad. La propia y la ajena. Como buen egoísta, a la propia siempre le encuentro una explicación redentoria. La otra es capaz de enajenarme. Pero bue, por ser primerizo, Teto amerita una conveniente absolución.


El chofer de ambulancia, sí; los mosquitos, quizá también. Susan, lo dudo. ¿Quién la manda a sacarse el catsuit de vinilo negro que todos le conocemos? A esta altura del partido debería saber que así como en boca cerrada no entran moscas, ¡¡¡en pierna vinilizada no aguijonean zancudos!!! Y no hay Off capaz de refutar semejante máxima. Aunque, bueno, pensándolo bien -y teniendo en cuenta una larga estadía en las tórridas playas atlánticas- el vinilo evitará picotazos pero convoca a un regio sarpullido. ¡¡¡Qué dilema!!!


Esperando otra entrega, fumando espero...

IRINAMORA dijo...

jajaja, adoré el comentario. Está mejor que mi entrada y ¡¡lo celebro!!

La segunda entrada, ya fue subida. En breve, se vendrá la tercera. Es que ya estaban escritas. No prometo nada respecto de lo que sigue, si es que sigue...

Entre nos, Susan me parece una jodida, caracúlica, junta-mugre... ¿Entrará en la categoría "loca del orto"?

Tenés razón, que vuelva al vinilo y al vinillo, agrego yo. A ver si se deja de rezongar, pobre Tetito...

Sinfonía dijo...

Ah , como extrañaba leerlos a ambos, a Susan y a la palmera

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