SOLEDADES Y LAZOS

Porque nuestra subjetividad está entramada de vínculos y espacios privados, ambos son bienvenidos. Ojalá que los lazos no ahoguen intimidades, ni la soledad bloquee los caminos para el intercambio.



miércoles, 7 de abril de 2010

DESVENTURAS SATINADAS V (crónica de una quincena accidentada)

V. ¡¡Santa cachucha, Batman!!

Pasaban los días, el hartazgo se iba apoderando del ánimo de Susan. ¿Por qué se la hacían tan difícil? Desde hacía tiempo, tenía que vérselas -en distintas instancias laborales-, con personajes alocados, bizarros, cuando no, verdaderos hijos de puta. Le gustaba su trabajo, condición necesaria para poder sostenerlo. No era fácil tratar con el sufrimiento subjetivo, mucho más si debía intervenir en una urgencia. Pero los pacientes o afectados de un desastre, no representaban para ella un fastidio, todo lo contrario. Lo que la jaqueaba era tratar con unos cuantos ejemplares difíciles dentro del ámbito de salud. ¿Por qué habría tanto desquiciado suelto, justo allí? Eso sí que era un despropósito, de cabo a rabo.

La psicóloga trataba de mostrarse tan amable y llana como le era posible, sobre todo, con sus dos compañeras de cuarto. Interiormente, sin embargo, mantenía un soliloquio agotador. Se tenía que frenar y consolar solita, darse ánimos, instarse a resistir. El cuadro de situación era muy particular, empezando porque la médica era extremista a ultranza, tan pronto se sentía agobiada, triste o furiosa, como dicharachera e hiper feliz. Decía ser celíaca, sin embargo, comía alimentos con harina. Susan trataba de intervenir al respecto, pero Lisa le respondía que ella sabía cómo manejarlo, minimizando el problema. La psicóloga debió insistir mucho para que se comunicara en la cocina del hospital su enfermedad. A partir de ese momento, empezaron a enviarle una dieta apropiada. A pesar de que la misma era hipocalórica, basada en verdurita hervida y pollo sin piel - tan luego para ella y sus escasos 40 kilos-, la médica se quejaba de sufrir horribles problemas metabólicos. Si bien el “tránsito lento” era un denominador común entre las mujeres de la casa, su caso se perfilaba como grave. Susan, sin ser médica, trataba de darle algún consejo, para aliviarle el malestar. Le daba penita verla como un palo largo, atravesado por una bola grande y dura, a nivel del vientre. Pero la tragedia griega ambulante, no siempre prestaba oídos a sus tibias sugerencias y otras parecía ofenderse de un modo intempestivo. Por supuesto, Susan pensaba qué se joda, qué tanto. Pero luego, volvía a inmiscuirse, de la manera más cuidadosa, porque la notaba muy mal. Qué difícil era tenderle una mano a quien no se dejaba ayudar. Aunque estaba cansada y la enojaba el capricho, no podía evitar que le inspirara ternura esta mujercita. La veía sumamente frágil, a pesar de las espinas con las que se lastimaba, más que se defendía. Sabía por la enfermera que no estaba atravesando el mejor momento con su pareja, que hasta había llorado en esos días por algún altercado telefónico. Susan no tenía ganas de meterse en ese asunto, por suerte, no había sido esta vez la confidente. Finalmente, se logró alguna solución paliativa al problema de Lisa, luego de que ésta cediera y aceptara alguna sugerencia. Entonces, pensó Susan que no había que darle tanta bola a sus resistencias, que necesitaba cuidado. Pero, al mismo tiempo, la agotaba cumplir ese rol con una profesional desconocida. Tenían casi la misma edad, qué complicado resultaba no poder hablar con ella de un modo directo, sin tanta vuelta, como los pares que eran.

Con el correr de los días, Susan se animó a sugerirles a sus compañeras que pensaran en flexibilizar su negativa a salir. Les comunicaba que, a diferencia de ambas, que eran nuevas, ella ya había participado dos veces en el operativo. Que a su entender, la riqueza de la experiencia tenía dos patas: por un lado, el desafío de compartir un trabajo distinto, en otro lugar, con un equipo de desconocidos; pero, por otro lado, estaba la posibilidad de conocer gente y compartir momentos de esparcimiento que no estorbarían al trabajo, al contrario, lo preservarían. Tampoco les ocultaba sus propias ganas, les confiaba que para ella era más divertido ver vidrieras con mujeres que caminar con Pablo o Teto. Asimismo, les dijo que notaba al muchacho cada vez más nervioso e impaciente con la negativa de ambas, que era necesario negociar, conciliar las distintas posturas. Pero era poco menos que predicar en el desierto. Qué desolador…

Una de las tantas noches en que Susan se quedó en el chalet, se dispuso a matear con Gladys, a sabiendas de que se expondría a una perorata interminable. Pero ¿qué podía hacer? No tenía sueño, Teto había salido solo, dejando bien en claro, por supuesto, que “se había ganado otra minita”, Lisa y Pablo se habían ido a dormir temprano. Gladys era divertida un rato, luego la cabeza empezaba a darle vueltas a Susan. Pero esa noche fue particularmente difícil, la regordeta mujer empezó a hablarle de los espíritus en que encarnaba en las extrañas sesiones de su religión. La psicóloga la miraba atentamente, tratando de desentrañar si toda aquella pantomima era broma, pronta a largar una carcajada cómplice. Pero no, el relato iba en serio. A medida que se convencía de ello, Susan empezó a desear que un objeto volador no identificado, la abdujera, llevándosela muy lejos de allí. El milagro no aconteció. Volvió Teto, le bastó escuchar un par de párrafos de la enfermera para huir despavorido a su bulo con cocina y heladera. Susan estaba tildada, era ya demasiado. No tenía reflejos no ya para hacer alguna objeción, sino, al menos, para levantarse e irse a dormir. Así fue como se tragó sin anestesia la descripción al detalle de una tal Mary que era una mujer muy fina, que usaba las mejores ropas y que siempre cruzaba las piernas, un tal Cacho que era un “grone” camionero y bocasucia. En fin, una serie de personajes tipo que se metían en la piel de la enfermera, obligándola a expresarse con otra voz y otros gestos. Susan escuchaba y no escuchaba, estaba a millares de kilómetros de la escena -tan fielmente actuada por la narradora-, al tiempo, que estaba pegada a la misma, inmóvil. En un bendito instante, los ojos de Gladys repararon en la hora que señalaba el reloj, cayó en la cuenta de que era tardísimo y que debía estar en pie a las 7. Restaban apenas unas pocas horas para aquello. Fue entonces en que interrumpió por fin su relato de pesadilla y anunció, muy suelta de cuerpo, que ya no dormiría en el piso del cuarto, que a partir de ahora, dormiría en un colchón que tiraría el living, junto al televisor. Es que ella siempre se iba a dormir con la tele prendida, se sentía así más acompañada. Susan la miró con horror, no podía creer que a partir de ese momento, no sólo quedaría bloqueada la cocina por Teto, tampoco se podría disponer libremente del living… ¡¡¡¡Los dos espacios comunes de la casa ocupados por estos dos impresentables del demonio!!! ¡¡¡Qué desgracia!!! Más que la base de un operativo de emergencias, aquello parecía una tapadera. Pero bueno, al menos, sentía el alivio de irse por fin a dormir, descansando los oídos de esa cotorra sin stop. – Por dios, todavía falta más de una semana de tortura, se lamentó la psicóloga, desplomándose en su cama, desconsolada.


(continuará)

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