SOLEDADES Y LAZOS

Porque nuestra subjetividad está entramada de vínculos y espacios privados, ambos son bienvenidos. Ojalá que los lazos no ahoguen intimidades, ni la soledad bloquee los caminos para el intercambio.



viernes, 9 de abril de 2010

DESVENTURAS SATINADAS VII (crónica de una quincena accidentada)

VII. En línea recta hacia el carajo.

A la mañana siguiente, Susan se despertó, estaba sola en la casa. Mientras desayunaba, evocó lo ocurrido el día anterior: los relatos de peleas ambulancieras, la desagradable pollera de Gladys, la complicidad ganada con Pablo, la dura y extensa intervención con el menor, la visita a la hermana de Lisa y su atractivo sobrino. Se sonrió pensando cómo los planes de Teto habían naufragado, sin derecho a pataleo. El trabajo había logrado ordenar el entuerto, ¿pero qué cataclismo sobrevendría en el día de la fecha, siendo sábado?

A la hora de almorzar, Susan se cruzó con Gladys en la cocina, vio que tenía lágrimas en los ojos. Le preguntó qué le pasaba. Le contestó que extrañaba a su marido. A la psicóloga le pareció dudosa la respuesta pero la dejó pasar. En el almuerzo, el clima no era el mejor. Susan se refugió en la lectura por la tarde temprano.

Cerca de las 17, en la playa, Susan volvió a sus confidencias con Pablo. Según el punto de vista de éste, la médica tenía un histrionismo superlativo y Teto era un pillo, sin embargo, les guardaba un cierto aprecio. A la que no tragaba ni con 5 litros de Coca Zero era a Gladys, la consideraba una “atrevida” porque no respetaba sus indicaciones. Por su parte, la psicóloga opinó que el mayor foco de conflicto en la casa no era la enfermera, sino Teto, que todo el tiempo procuraba transgredir las normas de convivencia. Le confió, además, que había recibido pésimas referencias de él, sin entrar en detalles. Luego, volvieron a reírse de las distintas situaciones bizarras con las que debían convivir. Se preguntaban qué pasaría en la noche de sábado, temían un altercado mayor. El médico sentó posición: no iba a involucrarse porque, si bien no estaba dispuesto a avalar que el pibe trajera mujeres a la casa, tampoco quería un enfrentamiento con él. A su entender, lo mejor sería que se las arreglaran entre ellos.

Al regreso, Susan se bajó en un locutorio para escribir algunos informes pendientes de sus intervenciones. Mientras retornaba a la casa, caminando, recibió un mensaje de Pablo que le preguntaba si estaba dispuesta a amasar pizzas como el año anterior, que él las haría a la parrilla. La psicóloga respondió que sí, quedaron en que irían juntos al supermercado. Antes de volver al chalet, pasó a saludar al equipo de ambulancia que cumplía guardia activa en el hospital. Habló unos minutos con Lisa quien le dijo que habían acordado con “el doc” en hacer una picada a la noche, hartos de comer todos los santos días pollo. Susan supuso que habrían cambiado de opinión, pero al llegar a la casa, Pablo seguía con la idea de que amasara pizzas. Seguramente, el médico quería reeditar los buenos momentos pasados el año anterior, en que se cocinaron exquisitos asados y pizzas a la parrilla. Con los nuevos compañeros, siempre quejándose de no tener dinero, un asado era una utopía, pero bien se podría compartir unas ricas pizzas hechas en casa. Fueron a comprar, había largas colas en el super. Regresaron algo demorados, Lisa y Gladys dijeron que querían cenar temprano, que estaban cansadas. Al enterarse que se había comprado para hacer pizzas y no picada, Lisa, repentinamente, se puso estricta con el tema de no consumir harina. Como ya era tarde para cocinar, Susan le ofreció que compraran al día siguiente harina de arroz y fécula para armar un bollo para ella, pero la médica se negó rotundamente. ¿Para qué habían ido a comprar, entonces? Susan no entendía nada, era un teléfono descompuesto. El colmo del ridículo fue que al rato apareció Teto trayendo la comida del hospital: ¡¡¡era pizza!!! Y encima, ¡¡¡estaba riquísima!!!

Era una convivencia difícil. El dinero era también una fuente de malestar. Teto, como ya lo había actuado en el operativo anterior -sin que nadie le creyera-, decía “haber perdido dinero”. Desde el primer día, anunció que “no tenía un mango”. Gladys también acusaba estar corta de dinero, incluso utilizaba este argumento como excusa para no salir, aunque fuera a caminar. Pero en la casa había gastos comunes, como las bebidas, los artículos de higiene, todo lo referente a desayuno y merienda. Pablo había invertido bastante dinero no sólo en las bebidas e ingredientes para esa noche, sino que había realizado varias compras comunitarias, en días anteriores. Siempre le entregaba a Susan los tickets para que ella se encargara de las cuentas y le pidiera al resto del equipo que aportara su parte. Pero sólo en la primera oportunidad, cada uno pagó lo que correspondía. Esa noche, en particular, la psicóloga, aunque tenía unos cuantos tickets acumulados en su cartera, juzgó que no era el mejor momento para comunicar gastos.

El aire se cortaba con un cuchillo, se pusieron a comer, viendo la tele. De pronto, Teto recibió por la radio un llamado de atención en malos términos. Le avisaron que había sucedido un accidente con víctimas fatales, en una localidad cercana y que, desde hacía largo rato, intentaban localizarlos sin que nadie respondiera. Teto se defendió, asegurando que había estado todo el tiempo con la radio a mano. Al cortar, el malestar tenía nuevo eje. Habían dejado sus números desde el primer día, revisaron sus celulares, ninguno tenía llamadas perdidas ni mensajes sin abrir. Teto estaba furioso por haber sido levantado en peso, lo tomaba como algo personal. Llamó a su jefe de choferes, con quien tenía un inconfesado lazo de parentesco, a pesar de ser un secreto a voces. Le explicó lo sucedido, para cubrirse de algún coletazo. Poco después, fueron con Pablo al hospital para averiguar qué había pasado con los números que el actual equipo había aportado. Allí descubrieron que el operador había confundido la lista, que había llamado a los agentes de la quincena anterior. Al volver, Pablo se mostraba tranquilo, se había solucionado el malentendido. En cambio, el joven chofer era una furia andante. No podía conformarse, llamaba a distintos contactos para desparramar tierra sobre otros, calculando que era el mejor modo de quedar él bien parado.

El equipo a pleno recibió la orden de permanecer alerta para intervenir como apoyo, si era necesario. Mientras se ajustaban los preparativos, Susan recibió el llamado de su superior:
- Hola, ¿cómo estás? Escuchame, a mi amigo lo mordió un gato en Loromar y en el hospital no le quieren poner la vacuna antirrábica, fijate si te podés comunicar por la radio, a ver si dejan de boludearlo.

Susan, no daba crédito a lo que escuchaba. Era francamente surrealista el cuadro. Respondió que haría lo posible y que le avisaría por mensaje de texto. Muerta de vergüenza recurrió a Pablo y le planteó el pedido recibido, le suplicó que se ocupara él que tenía más contactos. El médico la miraba entre divertido y confuso. Finalmente, accedió. Se enteraron que hasta las más altas autoridades se habían movilizado por el asuntillo. Mientras Susan aguardaba respuesta, recibió un nuevo llamado de su superior, en un tono muy alterado. Tratando de apaciguar las aguas, Susan le dijo que se estaban ocupando, recordándole que le avisaría cuando hubiera novedades.

En el chalet, todo era ajetreo y mala onda. Teto lucía su peor cara de perro, tras que naufragan sus planes de salida por el alerta de intervención, lo habían retado y no podía reponerse. Por su parte, Gladys y Lisa se quejaban de estar agotadas y Susan rogaba a todos los dioses del Olimpo porque se solucionara el tema de la mordedura felina. Cada tanto, le insistía a Pablo para que averiguara cómo iba la cosa, a sabiendas que su superior la internaría hasta altas horas de la madrugaba si tan grave catástrofe no hallaba solución.

Cerca de las 2 de la madrugada, se les anunció que bajaba el alerta. El tremendo problema gatuno, se había resuelto hacía horas. Para levantar los ánimos, Pablo se ofreció a ir a comprar helado para todos. Las mujeres aceptaron contentas, en cambio, Teto, envenenado, se encerró en la cocina a dormir. Otra vez el trabajo había logrado torcer el rumbo de sus libidinosas pretensiones.

(continuará)

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Leo capítulo por capítulo y cada vez me convenzo más,estar ahí o en un reality tipo GH es igual.La diferencia sería la responsabilidad del laburo y que con eso no se jode.El resto,la convivencia,los personajes ,las situaciones bizarras son las mismas
La primera placa de nominación es para Gladys y Teto y no hace falta ser adivina para darse cuenta quién se va no?

IRINAMORA dijo...

Tal cual, muchas veces se compara este tipo de convivencia con la casa de GH. Sólo lo diferencia la falta de cámaras (bue, sería el colmo que las hubiera!!) y la responsabilidad del trabajo, que no es para nada menor.

Susan, seguramente, hubiera nominado a Teto en primer lugar, deseando fervientemente que lo rajaran más rápido que ligero.

laspalmerassalvajes dijo...

Sin embargo, creo que hay cierta honestidad en Teto. El tipo es un truhán, un parásito, un amoral, un oportunista, una sanguijuela, un neanderthal más playito que la laguna de Mar Chiquita pero hasta ahora no se ha esmerado mucho en disimularlo. No se lo puedo acusar de haber engañado a alguien, nadie puede sentirse desavisado en lo que a él y sus procederes respecta. El tipo es porque sus par de compañeritas de ambulancia -la posesa y la histérica- le dan espacio para que sea. La ruindad del tipejo marca la exacta medida de la pusilanimidad de Gladys y la doctora Mecagoenelinadi Lissa.

Visto desde afuera -mi confortabilísimo lugar de espectador- la cosa es sencilla: el destino del Cacho Castaña geselino (cualquiera sea éste) está a un llamado telefónico de Lissa de distancia. Veremos en lo sucesivo si la piba junta agallas para comunicarse con quien sea menester para que el pibe encuentre su eje, sopapo jerárquico mediante o no.

Creo que la psicóloga no tiene vela en este entierro. A pesar de tener el cuadro de situación más que claro no creo que sea a ella a quien le corresponda poner las cosas en su lugar. Además, se entreve que no está en el momento anímico propicio para embarcarse en tal empresa. A menos, claro, que las fechorías de Rolando Rivas se demadren y afecten de manera ya más drástica la cotidianeidad del grupo.

Con esta mise en scene delante nuestro, el comportamiento evasionista de Paul me hace más ruido que cualquier otra cosa. Pero eso es harina de otro costal. Costal que no me interesa fisgonear ahorita mismo.


¡Muero por ver lo que sigue!

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