SOLEDADES Y LAZOS

Porque nuestra subjetividad está entramada de vínculos y espacios privados, ambos son bienvenidos. Ojalá que los lazos no ahoguen intimidades, ni la soledad bloquee los caminos para el intercambio.



domingo, 4 de abril de 2010

DESVENTURAS SATINADAS III (crónica de una quincena accidentada)

III. Don Cararrota y señora.

Con un cucurucho de helado, comprado en el kiosco, subió la médica a la última ambulancia, junto a Gladys, la enfermera, y Susan. Teto, el chofer de malas referencias, viajó adelante. Susan comentó a sus compañeras que quien conducía era el chofer asignado para ella y que lo acompañaba su esposa, quien no estaba afectada al operativo. Los ojos de las dos mujeres se agrandaron, sobre todo, los de Lisa:
- Ah, yo mañana mismo informo de esta irregularidad y si no se soluciona, ¡¡¡me bajo!!!
- Me llamó la atención que no se presentara conmigo, comentó Susan, es lo que correspondía si va a ser mi chofer.
- Y esa caradura que va adelante, continuó “la doc”, está usurpando mi lugar. Yo soy la médica y debo viajar ahí. Yo voy a hacer valer mi autoridad, si no se arregla esta situación, ¡¡¡me voy yo!!!

El tema se tornó excluyente, se dijo que el chofer debería sentirse ya “el dueño de casa”. Furiosa, Lisa volvió a expedirse, remarcando las palabras:
- Pero es lo único que faltaba, que nos venga a regir la vida este caradura. Yo vengo a trabajar, no voy a traer a mi familia si no estoy de vacaciones. A este desubicado lo voy a ubicar yo, si no, me bajo y listo. No tengo ningún problema en irme mañana mismo.

Susan tomó nota de la tendencia al extremismo de su flamante compañera. De todos modos, también se sentía molesta con la irregular situación de su chofer.

Finalmente, llegaron al chalet, donde funcionaba el operativo. Sin dar mayores explicaciones, el caradura se presentó como Ramón, “el jefe de choferes” y a Rita como su esposa. Ambos eran sexagenarios, de apariencia poco agradable. Al entrar a la casa, los recién llegados comprobaron que el matrimonio ocupaba una de las dos habitaciones, la que tenía cama matrimonial. Sólo restaba una habitación con 2 cuchetas y una cama corrediza en una de ellas. Las tres mujeres y el chofer, perfectos desconocidos hasta el día presente, deberían apretujarse en ese cuartito, compartiendo el placard. En cambio, el chofer de la psicóloga y su esposa disponían para ellos de la comodidad la habitación más grande, con todo el placard sólo para ellos. No era justo. Susan y Lisa llevaban la delantera en el enojo. Susan se preguntaba cómo tratar con su nuevo chofer, si debía realizar intervenciones acompañada también por la intrusa. Hasta evaluó la posibilidad de acoplarse al trío que intervendría desde la otra ambulancia. El cansancio y la necesidad de desempacar, desplazaron la atención hacia cuestiones más pragmáticas. Acomodaron mínimamente las pertenencias en el cuarto y debatieron cómo repartirían los lugares. Como ninguna quería dormir en la cama de arriba, la enfermera anunció que “se tiraría” en un colchón en el suelo.

Para despejarse un poco, Susan se sentó en un sillón del porche, a fumar. Le resultaba agradable ese lugar, rodeado de pinos, desde podía divisarse una plaza, cubierta de médanos. Teto sería el chofer de la otra ambulancia, donde se trasladarían médica y enfermera. En ese momento, Teto y Gladys revisaban el equipamiento de la misma, estacionada frente al chalet. De pronto, paró un auto y asomó la cabeza un hombre moreno, de unos 50 años. Miraba con insistencia a Susan. Teto le salió al encuentro y comenzaron a hablar. Se sumó la enfermera. Sin ganas, Susan se acercó también. Dándose corte, el señor Arnoldo se presentó como el jefe de choferes del hospital. Los agentes le comentaron las dificultades sufridas en el viaje. El visitante dijo con sonrisa forzada:
- No se preocupen, mañana empiezan a las 8. Hoy descansen.
Al marcharse, Teto se quejó:
- Este es un buchón, nos vino a controlar. Qué tipo hijo de puta. ¿Y vos, gorda, que tenías que darle tanto detalle?, sermoneó a la enfermera.
- Y, bueno, yo que sabía quién era, se defendió ella.
- Yo lo conozco del año pasado, te chapea, es re jodido ese chabón, aseguró Teto, molesto.

Volvieron a la casa, Susan se quedó pensando en la cantidad de “jefes de choferes” que había conocido en tan poco tiempo. Lisa, al enterarse de la breve visita de Arnoldo, puso el grito en el cielo:
- ¡¡Yo soy la médica de ambulancia!! ¡¡¡Me voy a hacer cargo ante quién sea de por qué no fuimos a trabajar hoy!! Y si no les gusta, agarro mis cositas y ¡¡¡me voooy!!!

Susan tomaba nota de las veces que la médica había amenazado con bajarse del operativo. Lamentó que sus condiciones actuales difirieran tanto del año anterior, en que había pasado una hermosa quincena. Había tenido poco trabajo, por ese motivo, pudo disfrutar de la playa y de salidas con sus agradables compañeros de equipo. Por supuesto, no todas habían sido rosas, pero el saldo era innegablemente positivo. ¿Qué le depararía el destino esta vez? El panorama no pintaba alentador: para empezar, estaba el desagradable que tendría por chofer, más su inoportuna señora; luego, estaba el tal Teto que, aunque le caía simpático, no podía dejar de lado las prevenciones que varios contactos le habían formulado contra él. Encima, habría que saber llevar a la médica extremista, amenazando con irse a cada rato. Quizás la enfermera le permitiera una estadía más agradable, sólo quizás…

A la noche, Teto fue a retirar la comida al hospital, a la vuelta hizo alarde de una conquista, cosechada el verano anterior.
- Es una médica que me quiero sacar de encima, la tipa quiere ir en serio, casi se me viene pa’ mi casa. ¡¡Me mataba mi jermu, si venía!!, comentó divertido.

Sin embargo, el clima durante la cena no era el más ameno, la presencia de Ramón y compañía, ponía de malhumor a los recién llegados. Volaban los palos para su gallinero, cada vez más directos. Finalmente, Lisa descartó los eufemismos y dijo:
- Es que uno viene acá a trabajar, ¡¡¡no hay que me venir con la familia!!!
Se produjo un silencio incómodo. Susan se desembarazó de la mesa y se fue fumar un cigarrillo al porche. A pesar del largo viaje y de la falta de sueño, hubiera deseado ir al centro, caminar un poco por la peatonal, despejarse. Sus compañeros, en cambio, estaban decididos a irse a dormir temprano, debían levantarse a las 7 para presentarse a las 8 ante las autoridades del hospital.

La pareja mayor se encerró en el cuarto, dando las buenas noches. Teto, para extrañeza de la psicóloga, se puso a lavar vajilla. Le habían dicho que no era colaborador en la casa, aunque, no era mal negocio tampoco sentar buena prensa habiendo sólo unos pocos vasos para lavar. En seguida, comenzaron los preparativos para irse a dormir. Teto sacó un colchón del cuarto y lo llevó a la cocina porque “no quería molestar a las mujeres”. La enfermera armó “su cama” en el piso, en el medio de las 2 cuchetas, dejando un nulo espacio para pasar. Susan preguntó si les molestaba la luz, no tenía sueño y quería leer. Ambas mujeres aseguraron que no habría ningún problema. La psicóloga se sintió más reconfortada con esta señal de buena voluntad, se puso el pijamita nuevo y se acostó. Lisa no había terminado de tenderse en la cama que ya se había quedado profundamente dormida. Susan abrió el libro pero no alcanzó a leer dos palabras, cuando la enfermera comenzó a hablarle desde el piso. Gladys era una mujer expansiva y lo era en varios sentidos… Cuando tomaba la palabra, difícilmente la soltaba. Aquella noche dio parte de una extensa porción de su vida, por espacio de más de hora y media. Susan, con el libro abierto, apenas asentía. Hubiera preferido leer pero, por educación, escuchó sin chistar hasta que unos golpes en la ventana, interrumpieron el cotorreo.
- Soy Pablo, ábranme.
Los ojos de la obesa mujer se abrieron atemorizados, pero Susan conocía al médico de operativos anteriores. Por tanto, corrió a abrirle la puerta, saltando por encima del colchón. Pablo habló de un largo viaje y de una interconsulta para su especialidad que realizó en otra localidad costera. Se le explicó brevemente la situación en la casa y que sólo podría dormir en la habitación de las mujeres. Pablo, algo aturdido, prefirió el living. Le alcanzaron un colchón, Gladys aportó una de sus sábanas y Susan su almohada. El médico dijo que saldría a comer algo, Susan, deseosa de salir, se ofreció a acompañarlo, vistiéndose con rapidez. Gladys volvió al colchón del cuarto, ya no tendría con quién monologar.

En una pizzería cercana, Susan se sintió feliz de degustar un vaso de cerveza, mientras el médico comía. Había compartido con él los 2 últimos operativos. En la primera oportunidad, no se habían llevado del todo bien, en la segunda, Susan lo había notado con el humor más estable y el trato mejoró. En esta tercera oportunidad, se sintió feliz de tener a mano a alguien conocido, a quien juzgaba un buen tipo, a pesar de ostentar algunas manías. La psicóloga aprovechó que estaban solos para comentarle con algún detalle que su chofer estaba “veraneando” con su esposa, ocupando la habitación matrimonial. Le indignaba que Teto y él debieran dormir en el piso. Pablo, disgustado, anunció que tomaría cartas en el asunto al día siguiente.

A las 7 de la mañana, la enfermera despertó a Susan, preguntándole si se acoplaba al terceto. Alcanzó a decir que no, antes de volverse a dormir. Se despertó cerca de 10.30. Desayunó lo que pudo. Luego, buscó las bandejas para llevar al hospital. Antes de salir, se topó con “su” chofer y señora, volviendo los más campantes de la playa. Indignada, apenas si los saludó.
Más tarde, cuando se disponían a almorzar, el viejo recibió un llamado telefónico. Comentó, mientras comían, que lo habían solicitado para otro destino. En seguida, se retiró con su esposa a la habitación matrimonial. Salieron al rato, con las valijas hechas.
- Buena temporada, les deseó a todos, antes de marcharse raudamente en la ambulancia destinada para Psicología.

Susan se sentía desconcertada: ¿cómo iba a dejarla plantada, sin darle mayores explicaciones a ella? Se animó a hablarlo con Pablo, pero éste la tranquilizó diciéndole que lo habían “sacado” para que no perturbara el funcionamiento del equipo. Le preguntó, entonces, si prefería que mandaran a otro chofer o si le parecía mejor que él mismo se ocupara de sus traslados. Sin dudarlo, Susan eligió la segunda opción. El cupo de personajes extraños estaba más que cubierta para su gusto. Ni por asomo quería exponerse a conocer a otro nuevo freak. Así fue como, abruptamente, culminó su breve participación en el operativo Don Cararrota Mayor y su señora esposa.

(continuará)

2 comentarios:

Sinfonía dijo...

Aunque leyendolo y mas relatado por Irina me resulte una tragicomedia y me haya hecho reír, viviendolo resulta de lo más fastidiosa la situación.

Pobereta Susan, trabajo insalubre lidiar con estos personajes

IRINAMORA dijo...

Capaz que se merecía un buen castigo "esa"... Lo que es seguro es que pagó con creces, debe tener saldo a su favor, seguro ;)

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