SOLEDADES Y LAZOS

Porque nuestra subjetividad está entramada de vínculos y espacios privados, ambos son bienvenidos. Ojalá que los lazos no ahoguen intimidades, ni la soledad bloquee los caminos para el intercambio.



domingo, 11 de abril de 2010

DESVENTURAS SATINADAS X (crónica de una quincena accidentada)

X. ¡¡¡A la marosca!!! Se pudrió todo.


Al regreso de la playa, Susan se bañó para quitarse la arena. Luego, lavó su ropa en la piletita que había en el patio trasero. Volvió al porche, leyó y fumó. Habló con su hija por teléfono, por suerte, ella estaba bien. Habló también con Renomé, le dijo que no veía la hora de regresar a casa, que era un infierno estar ahí.

Cerca de las 20, la psicóloga llevó las bandejas al hospital, para que les sirvieran la comida. Regresó a la casa y puso la mesa, como todos los días. Pablo, a su lado, ayudaba en la tarea. La ambulancia estacionó frente al chalet, en seguida, entró Teto a la casa, como una tromba.

- ¡¡¡Hay que revisar todos los bolsos, a Lisa le falta plata!!! Gritó el joven.

Susan y Pablo lo miraron desconcertados, en seguida, entraron Lisa y Gladys. La médica estaba alteradísima, Gladys intentaba calmarla. Se retiraron ambas a la habitación de mujeres.

- ¡¡¡No vamos a comer hasta que revisemos todos los bolsos!!! Ordenaba Teto, con el rostro desencajado. Y exhibiendo su bolsito, le gritó a Lisa, mientras pasaba: - ¡¡¡Tomá, revisá el mío, primero!!

Susan, impactada, trataba de armar el rompecabezas, no entendía nada. Lisa le había dicho que no quería armar lío, que no pensaba revisar los bolsos de nadie, ¿qué había pasado?

Teto se acercó a Pablo, quien permanecía calmo, impávido. Le preguntó si estaba al tanto de lo sucedido. Le contestó que Susan se lo había comentado hacía unos días. Montando en mayor cólera, el joven chofer explotó, mirando a la psicóloga:

- ¿Por qué no me dijeron nada? Me llamó el jefe de choferes para levantarme en peso a mí, me dijo que teníamos que revisar todo acá. Yo no sabía nada y me tuve que comer el garrón…
- ¿Te estás dirigiendo a mí?, preguntó la psicóloga.
- ¡¡¡¡Síiiii!!
- Yo no tengo por qué decirte nada a vos, tu compañera debió confiártelo, que es la afectada, rugió Susan, harta de la insolencia y la actitud patotera del muchacho.

Inmediatamente, la psicóloga se dirigió a la habitación, para ver qué había pasado. Estaba furiosa, consideraba que era una deslealtad por parte de la médica dar aviso afuera, en vez de intentar solucionar el problema dentro de la casa, primero.

Encontró a Lisa llorando, en el clímax de su tragedia idiota. Gladys estaba a su lado, haciendo el gesto de contenerla.

- ¡¡Yo no voy a revisar los bolsos de nadie!! Gritaba, ofuscada. ¡¡Yo no desconfío de nadie!! Me siento re mal, no voy a permitir tampoco que me den dinero, ¡¡¡no lo voy a aceptar!!!

Susan trataba de descifrar las frases que soltaba la médica, entre llantos y ampulosos movimientos de brazos, como si estuviese presa de la peor desesperación. Como no tenía cupo para tolerar más escándalos, salió, buscando a Pablo. Le preguntó si sabía qué había pasado. El médico le comentó que, al parecer no había sido Lisa, sino su pareja el que había dado aviso al jefe de choferes. Le dijo, además, que él tenía hambre, que ni loco dejaba de comer.

La psicóloga volvió al cuarto, un poco más aliviada. Para ella era un dato fundamental que no hubiera sido la médica “la buchona”. Vio entonces que Teto, sin importarle la estridente crisis de nervios que cursaba Lisa, sostenía su bolso a pocos centímetros de la nariz de ésta, exigiendo que lo revisara.

- Es un hijo de puta, ¿cómo me va a hacer esto? Mirá en la situación que me deja ante ustedes, ¿qué se mete él?
- Hizo muy bien tu marido, opinó el crápula. Susan sintió deseos de estrangularlo.
- No, él no tenía que meterse, es algo mío, que tengo que solucionar yo.
- No te preocupes, el jefe de choferes dijo que si no encontrás la plata, los demás tenemos que juntar y dártela.
- ¿Y quién es el jefe de choferes para darnos órdenes?, exclamó Susan, indignada.

Teto soltó su bolso con brusquedad, diciendo que lo dejaba ahí para que la médica lo revisara y salió del cuarto. Gladys siguió al muchacho. Susan se quedó a solas con la médica, pidiéndole que se calmara, que había que ponerse a revisar, como le había ofrecido a la mañana, a ver si se solucionaba el problema. Lisa fue entrando en razones, dijo que revisaría nuevamente lo suyo. Susan, a su lado, le dijo:
- Mirá, me voy a poner a revisar mis cosas acá, delante tuyo. De paso, las ordeno, mirá el quilombo que tengo. Además, hay cosas mezcladas de las tres, vamos a fijarnos y luego corremos las cuchetas, ¿dale?
- Dale, aceptó la médica, más tranquila.

Mientras Lisa y Susan revisaban el cuarto, Pablo, Teto y Gladys empezaron a comer. La psicóloga, luego de haber revisado y acomodado sus cosas, le dijo que la comida se les iba a enfriar, que sería mejor que fueran a comer y después seguían.
- Pero es que me da vergüenza lo que pasó, yo no desconfío de ninguno de ustedes, me siento muy mal.
- No te preocupes, lo importante es que busquemos y encontremos tu plata. Además, no estamos enojados con vos. Yo me sentí mal al principio, pensando que vos habías avisado, pero si fue tu pareja, la verdad, la cosa cambia.
- ¿Pero cómo me va a hacer eso? No puede pasar por encima mío.
- Calmate, Lisa, vamos a comer, ¿si?

Las dos mujeres se sumaron a la mesa, de a poco, el clima se iba relajando. Luego de comer, Susan y Lisa dieron vuelta la habitación, el dinero no aparecía. Gladys se asomó a la habitación para decirle a la psicóloga que ella debía lavar los platos esa noche, Susan le contestó que los había lavado al mediodía. La enfermera se fue, dando muestras de disconformidad. A Susan le dio rabia la falta de respeto, pero la dejó pasar, estaba ocupada moviendo muebles.

No le parecía un hecho menor que faltara dinero, eso importaba un robo, era gravísimo. Nunca antes había pasado algo parecido en sus experiencias anteriores. Aunque le rondaba una mínima sospecha dirigida a Teto, la desestimaba porque él, igual que el resto, tenía un trabajo que cuidar. Si alguno tenía vocación de chorro -algo que no le constaba-, aún así, no sería tan estúpido de “quemarse” en el operativo que era una suerte de panóptico. Teto era vivo, no se expondría de tal manera antes las autoridades, más aún siendo pariente del jefe de choferes. Por otra parte, la conducta de la médica era incoherente, se contradecía a cada momento. Ella misma decía que quizás había hecho mal las cuentas o que se le podría haber caído. El colmo fue que considerara la posibilidad de no haber llevado ese dinero, directamente. En ese caso, no había ningún faltante. ¿Cómo saberlo? Lisa tan pronto aseguraba haberlo llevado y guardado en tal billetera, como dudaba de haberlo puesto en otro lado. Era un barullo enorme, sin miras de tener solución.

Pablo se asomó a la habitación donde estaban las 2 mujeres, con un gesto de resignación comiquísimo, le suplicó a Lisa que por favor revisara su bolso, que se quería ir a dormir. Susan se echó a reír, Pablo también. Lisa se sonrió, conservando un rictus dramático. Le dijo que se acostara, que ya había dado por perdido el dinero, que no iba a revisar nada más. A Susan le dolía la cabeza, abandonó la habitación para tomarse un cafecito en el porche.

Al rato, se sumó Lisa quien le confió que no estaba mal por el dinero, sino que estaba dolida con su pareja.
- ¿Y cómo se enteró él?, preguntó Susan.
- Es que me pidió que le compre algo, le dije que no tenía plata y ahí empezó a acosarme con preguntas, que en qué había gastado, que cómo que no tenía plata, que no podía ser. Le conté entonces que no encontraba $300, se puso como loco, decía que había un chorro en la casa. Yo le decía que no, le prohibí que dijera nada, si es plata mía, no de él… Pero no me hizo caso.

El panorama era el siguiente: Gladys y Teto trabajan en el mismo lugar. La pareja de Lisa, también chofer, trabajaba también allí, aunque en otro sector. Por ese motivo, tenía conexión con el jefe de choferes de quien Teto era pariente. Ante él y, sin autorización, aparentemente, de Lisa, el tipo había denunciado la falta de dinero de su mujer, instalando un manto de sospecha que se extendía al resto de los integrantes del equipo.

Susan se sintió asqueada de tanta bajeza. La cabeza le estallaba, así que se disculpó con la médica, diciéndole que iba a tomar un ibuprofeno y a descansar un rato. Como su celular casi no tenía batería, la psicóloga lo conectó al enchufe de la mesita de luz. Se recostó a descansar vestida, sin apagar la luz. No pensaba irse a dormir, todavía.

Un ruido sacudió a Susan, quien se había quedado dormida. Se fijó en el celular, seguía descargado. Descubrió que estaba desenchufado y que, en su lugar, Gladys había puesto a cargar el suyo. Fue la gota que rebalsó el vaso. Enchufó el celular en el living y apenas vio a la enfermera, le preguntó por qué había hecho eso. La enfermera, tocada, respondió con falsedad:
- ¬No te preocupés, madre, no sabía que te molestaba, pensé que el tuyo ya estaba cargado. Ya lo saco.
- No, dejá, contestó Susan, ya lo conecté en el living.

Como si quisiera incordiarla aún más, la enfermera llevó también su celular a cargar al living. Susan pensó en dejarlo pasar, como siempre, pero no, era hora de ponerle un freno a esta mujer.

- Quiero que entiendas que lo que me molestó no es que uses este enchufe, sino que te arrogues el derecho de desconectar mi celular, sin consultarme.
- Disculpame, madre, te lo vuelvo a decir. No se va a volver a repetir.
- Estaría bueno que consultaras, antes de mandarte a hacer algo.
- Es que no quise despertarte, negrita…
- Estaba descansando porque me duele la cabeza, si pongo el celular a cargar al lado mío es porque quiero estar pendiente por si alguien me llama.
- Ya te pedí disculpas, madre, repitió la mujer, destrozando la paciencia de Susan.
- Me molesta que tengas esas actitudes, como cuando das órdenes, por ejemplo, con el tema de lavar los platos.
- Bueno, pero es que vos tenés más tiempo, no tenés que hacer la guardia activa como nosotros.
- Eso no quiere decir que tenga que lavar yo todos los días, ¿por qué a Pablo no le decís nada?
- Bueno, él es hombre.
- Ah, genial. Mirá, trato de ser considerada, de poner la mesa, de ir lavando lo que se va ensuciando en el día, pero parece que vos no lo ves.
- La verdad que no, no lo veo. Mirá, madre, faltan pocos días, a partir de ahora, voy a lavar todos los días platos yo, no me cuesta nada.
- ¿Por qué das vuelta las cosas? Te estoy diciendo que no está bueno que te metas a opinar o dar órdenes, eso es invasivo. En ningún momento dije que no quiero lavar platos.
- Estuve hablando con Teto y él me hizo ver que yo tengo que tener códigos con mis compañeros de ambulancia, que vos y Pablo son de afuera. Así que no me voy a meter más, él tiene razón. Y quedate tranquila con los platos, los voy a lavar yo.
- Es inútil hablar con vos, parece que no querés entender de razones. Mejor lo dejamos acá y listo.

Susan se fue a fumar un cigarrillo al porche, se había equivocado en hacerle un planteo a Gladys. No se podía razonar con ella. Poco después volvió a la habitación, decidida a irse a dormir. Mientras intentaba conciliar el sueño, escuchó el parloteo que venía de afuera. Imaginó que Gladys estaría comentando con sus compañeros lo sucedido, victimizándose. Sin proponérselo, había aportado letra, alimentado el conventillo. ¡¡¡Qué pesadilla era convivir con estos personajes!!! ¡¡¡Quería irse YA!!!

(continuará)

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