SOLEDADES Y LAZOS

Porque nuestra subjetividad está entramada de vínculos y espacios privados, ambos son bienvenidos. Ojalá que los lazos no ahoguen intimidades, ni la soledad bloquee los caminos para el intercambio.



sábado, 10 de abril de 2010

DESVENTURAS SATINADAS VIII (crónica de una quincena accidentada)

VIII. Se viene el estallido

De acuerdo a la doctrina cristiana, el domingo se ha hecho para descansar. Sin embargo, el trabajo en emergencias implicaba permanecer en guardia (activa o pasiva) las 24 hs, durante toda la quincena. Y, en relación a las relaciones interpersonales que suponía la convivencia, aquel domingo de enero, lejos de presentar un panorama de paz, armonía y reflexión, estaba dando inequívocas señales de que se venía preparando un tsunami arrollador.

Al mediodía, al término de la guardia activa, Gladys y Lisa llegaron a la casa, nerviosas y angustiadas, sobre todo, la primera. La enfermera buscó refugio en Susan, confesándole que el día anterior no lloraba porque extrañara a su marido, sino porque “el pendejo” la había presionado para salir, llegando incluso a extorsionarla con dejarla en falta, por no estar en su lugar de trabajo, junto a sus compañeros. “Tiene pensamiento de negro”, decía enojada, entre lágrimas. Viéndola tan crispada, Susan prefirió abstenerse de cuestionar su comentario racista.

Al parecer, Teto estaba decidido a ir a bailar sí o sí. Como arriesgaba su pellejo si se mandaba solo, pretendía arrastrar con él a enfermera y médica, sin contemplaciones. Gladys se negó a la imposición, esto le hizo valer una lluvia de insultos y amenazas por parte del joven chofer.

Lisa se acercó a las dos mujeres, excusándose:
- Yo tengo que ir, lo tengo que hacer por una cuestión de códigos.
- ¿Qué códigos?, preguntó Susan, disconforme.
- El pibe me llevó a ver a mi hermana, yo no puedo fallarle, si quiere salir, tengo que hacerle la pata.
- La verdad, no veo qué tiene que ver una cosa con la otra, replicó la psicóloga.

Gladys seguía mortificada por la discusión, le confió a Susan que Teto pensaba llevarla a ella, a “la chiquita”, en su lugar, amenazando con que daría aviso que Gladys no estaba cumpliendo con su trabajo.
- ¡¡¡No te puedo creer que haya dicho eso!!!, exclamó la psicóloga, soltando una risotada. ¿Ese pibe piensa que puede hacer conmigo lo que quiere? ¡¡Qué locura!!! Además, llegado el caso, si hay alguien que no podría cumplir la función de enfermera soy yo, no sólo porque no sé nada, sino que… ¡¡¡¡me desmayo de la impresión!!!

La humorada relajó un poco los ánimos. La enfermera se sentía ahora más desahogada, luego de haber hablado con Susan.

La psicóloga tenía respecto de Gladys sentimientos encontrados. Por un lado, le caía muy simpática. Durante sus largos monólogos, se había llegado a sentir harta hasta la desesperación, pero también valoraba el esfuerzo y las ansias de progreso de esta mujer. Consideraba loable cómo había podido sobrellevar las penosas circunstancias familiares, que se hubiera empeñado en estudiar y que peleara activamente por tener una vida más digna. Por otro lado, estaba su abultado costado bizarro. Lo referente a su arreglo personal no le molestaba, en cambio, algunas conductas invasivas, algunos comentarios fuera de lugar, lograban incomodarla. Pero, sin lugar a dudas, lo que más rechazo le generaba era todo ese delirio místico, relativo a los espíritus y los rituales con que le había martillado el cerebro. De todos modos, poniendo el combo en la balanza, Susan se esforzaba por rescatar lo positivo, lo cual redundaba en una mejor relación. Y en lo relativo a la circunstancia actual, al atropello que la enfermera había sufrido por parte de Teto, Susan estaba definitivamente de su lado. A diferencia de Pablo, no podía mantenerse prescindente, consideraba que un conflicto de este tenor, no era sólo cuestión de dos, afectaba a todo el equipo y era necesario tomar posición.

Cuando llegó la hora de comer, se respiraba una violencia contenida. El médico se mantenía silencioso, sin entender del todo, qué estaba sucediendo. Los únicos diálogos que se escuchaban eran los que transmitía la televisión. Apenas terminó de comer, Teto se levantó de la mesa, de un modo intempestivo, y salió de la casa, con un rictus que metía miedo. Había sido muy incómodo compartir la mesa en esas condiciones. Susan añoraba las comidas del año anterior, eran un momento de reunión, donde el mayor conflicto lo constituía que un compañero quisiera ver Discovery Channel y otro cualquier programejo en Telefé.

En la sobremesa, liberados de la presencia de Teto, se volvió a hablar del tema. Gladys continuó relatando tramos de las distintas discusiones y cómo ella se había defendido. Las tres mujeres acordaban en que Teto había actuado mal, pero la médica seguía en su postura de no poder hacer otra cosa que darle el gusto, por agradecimiento. Susan no estaba de acuerdo, mucho menos que no se detuviera a reflexionar sobre los métodos extorsivos que había empleado con la enfermera. La psicóloga no se privó de exponer cuál era postura. José, en cambio, miraba la televisión, haciendo caso omiso de todo el entuerto.

La psicóloga salió al porche a fumar, allí se encontró a Teto, quien estaba espiando con los oídos cuanto se hablaba en la mesa. Como no tenía ganas de estar a su lado, buscó un lugar más amable.

Rato después, Pablo, Gladys y Susan salieron a caminar por la playa, aprovechando el día nublado. El mar lucía maravilloso, la psicóloga disfrutó del viento y de ratitos de soledad, mientras caminaba descalza por la costa y las olas le mojaban los pies.

Al regresar, la enfermera se preparó para la guardia activa, Pablo se fue a dormir y Susan se puso a leer en un sillón del porche, su lugar favorito. Mucho antes de que se cumpliera el horario, apareció Lisa en la casa. Interrumpió su lectura, despotricando contra Teto:
- ¿Quién se cree que es ese negro de mierda? ¡¡¡No me habla!!! ¡¡No me dirige la palabra!!! ¡¡¡Qué hijo de puta!!! Nos llamaron para cubrir una urgencia y el pendejo de mierda no me dijo nada.
- ¿Cómo?, preguntó la psicóloga aturdida.
- Estábamos atrás en la ambulancia con Gladys y, de pronto, sin avisarnos nada, arrancó. Me hizo caer, mirá cómo me golpeé. Le pregunto adónde íbamos y no me decía nada. Yo soy la jefa de la ambulancia, soy la médica, no puedo ir a atender a un paciente sin saber a qué voy, de qué se trata.
- Pero eso es grave, es una irregularidad muy grave, vos no podés dejarlo pasar.
- ¡¡¡Claro que no lo voy a dejar pasar!!!, aulló la médica, con los ojos desencajados, casi echando espuma por la boca. ¡¡¡No voy a permitir que un negro villero me estorbe en mi trabajo como médica!!! Mañana mismo voy a dar aviso a las autoridades y les voy a plantear bien clarito: o me lo sacan a este tipo, o me voy yo. ¡¡¡Qué elijan!!!

Susan trataba de que se tranquilizara un poco, pero la médica gritaba, enajenada:
- No veo por qué ese negro de la villa tiene que quedarse él con la radio, la radio es de la ambulancia ¡¡¡y la jefa soy yo!!!! ¡¡¡Se la voy a sacar, que me modulen a mí!!!

Poco después se acercó a la casa Gladys, también furiosa con Teto. La bronca iba in crescendo, a medida que cada una aportaba más quejas o insultos. Se alimentaban mutuamente. Susan las dejó hablar, corriéndose de la escena. Su postura era clara, de apoyo hacia ellas, pero tampoco quería pasarse el día despotricando contra el chofer. No lo veía conducente, además. A su entender, se debían tomar medidas drásticas porque un pibe que se manejaba con tal nivel de irresponsabilidad e impunidad, nada tenía que hacer en un operativo de emergencias. La cosa había pasado a mayores, había que reubicar las cosas en su eje, por más banca que tuviera este nefasto personaje por un jefe de choferes. Susan entendía que la falta cometida no podía cubrirse, a riesgo de hacerse cómplice de tal irregularidad. No obstante, una vez más, sentía que no tenía interlocutores válidos. Tampoco era ella la indicada para decir qué se debía hacer, dado que no formaba parte de la ambulancia. El problema se solucionaría fácilmente informando la irregularidad y pidiendo su relevo inmediato. Vale decir, no era una cuestión de desgañitarse rezongando, sino de hacer lo que correspondía. Pero se sentía sola en esta lectura de la situación: Teto era un bardero al que nadie le ponía límite, la enfermera y la médica perdían pie en medio de tanto rezongo vano y Pablo no emitía opinión, ni siquiera estaba al tanto de lo sucedido esa tarde.

Estando lejos de casa, debiendo convivir con extraños, en un barrio apartado del centro, no era fácil sustraerse del caos. Susan se sentía ahogada, se refugiaba en la lectura pero por momentos no podía concentrarse. Esa tarde había recibido un mensaje de Luciana, contándole que había habido problemas en su equipo de origen. La psicóloga sabía muy bien el nivel del maltrato que podía vivirse en él. Inevitablemente, pensó que a su vuelta, la furia recaería sobre ella. No importaba si había motivos o no, cuando el capricho impera, cualquier nimiedad se eleva como loco justificativo. El colmo de la desazón lo generó un llamado de su hija quien estaba muy angustiada por una situación vivida en la colonia, no era grave en sí mismo lo ocurrido, pero la niña necesitaba contención. La psicóloga trató de ofrecerle un sostén que le permitiera su alivio pero no era fácil estando lejos, sólo hablando por teléfono. Pudo lograrlo, tras una extensa charla. Pudo lograr el alivio de su hija pero no consigo misma, su propio estado de ánimo se desplomaba. Más allá del desprecio que le generaba un personaje tan ruin como Teto, la enojaba mucho que la médica no se diera cuenta de cómo ordenar la situación, que ni siquiera se pudiera hablar con ella en términos racionales. Más allá de lo que gritara a repetición, Lisa era la jefa de ambulancia, la que tenía autoridad para ordenar el trabajo en ese ámbito. La cosa no se solucionaría yéndose, abandonando el barco a mitad camino, como amenazaba a cada rato, sino, procediendo con lógica, sentido común. Pero la pobre era débil, inestable. No tenía todos los patitos en fila, eso era seguro. Susan sentía una gran impotencia por no poder actuar en el conflicto. La misma se acrecentaba por el caos de su propio trabajo, testimoniado por el mensaje de Luciana. Pero lo que más le dolía, lo que redoblaba su impotencia, era la distancia geográfica que la separaba de su hija, tenía muchísimas ganas de abrazarla, de ver cómo se recuperaba su ánimo, de verla sonreír.

(continuará)

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