SOLEDADES Y LAZOS

Porque nuestra subjetividad está entramada de vínculos y espacios privados, ambos son bienvenidos. Ojalá que los lazos no ahoguen intimidades, ni la soledad bloquee los caminos para el intercambio.



martes, 6 de abril de 2010

DESVENTURAS SATINADAS IV (crónica de una quincena accidentada)

IV. La calma que…

Susan evocó a su hija: ¿cómo pasaría la quincena?, ¿disfrutaría de la colonia? Ojalá pudieran pasar los días, sin extrañarse tanto. Pensó luego en lo difícil que era convivir con desconocidos, intentando trabajar en equipo. Antes de aceptar la propuesta, había tenido reparos, a pesar de que las dos experiencias previas habían sido excelentes. Era una lotería con quién debería compartir la tarea, ¿qué haría si le tocaba convivir con compañeros complicados o si se le presentaban situaciones desagradables, estando lejos y sola? Además, se sentía agotada, necesitaba vacaciones. Pero las circunstancias se barajaron de un modo particular en su trabajo y un extra monetario no le vendría mal. Volvió a la situación presente, no le haría falta imaginar mucho, ya estaba inserta en un grupo sui generis, con códigos extraños. Pablo era al único que juzgaba potable, más cercano a su modo de pensar, de encarar el trabajo y la convivencia. ¿Cómo se manejaría con Teto? ¿Sería realmente tan jodido? ¿Cómo evitar problemas con él? Lo que menos quería era un enfrentamiento con ninguno de ellos, la cuestión era cómo pilotear las diferencias culturales. No le quedaba otra que adaptarse, intentaría restar importancia a gestos o acciones que no fueran de su agrado, dentro de ciertos límites lógicos, por supuesto.

La huida del cararrota y su señora había traído alivio al grupo, recién conformado. Era un domingo radiante, ideal para visitar el mar. En el rato que no debían cumplir el horario in situ, Teto preguntó quiénes querían acompañarlo a la playa. Susan fue la primera en dar el sí, la médica hiper delgada se sumó también. Se trasladaron en la ambulancia, sin olvidar los medios de comunicación y los instrumentos de trabajo por si eran convocados a intervenir en una emergencia. De todos modos, estarían cerca de la base. El mar lucía tan bello e impetuoso como siempre, pero sumergirse en sus aguas les reportó más dolor que disfrute: ¡¡¡estaba plagado de aguas vivas!!! Sin el recurso de darse un chapuzón, el implacable sol de mediodía se tornaba irresistible. Sedientos, caminaron a los saltos por la arena ardiente hasta un puesto de bebidas. Susan no tenía cambio, Lisa se ofreció a pagarle y que después le devolviera el dinero. La psicóloga aceptó el ofrecimiento y le llamó la atención que también pagara la bebida del chofer, sin que mediara diálogo entre ellos. Luego de brindar por el operativo, Teto se refugió bajo el muelle, la psicóloga y Lisa prefirieron no caminar tanto, se acostaron bajo un puentecito que estaba cerca, aprovechando la sombra. La médica no desperdició oportunidad para soltar un dardo contra Teto:
- ¿Dónde está escrito que yo le tengo que pagar los gastos a este tipo?
- Ah, yo pensé que tampoco tenía cambio… Yo te devuelvo lo mío apenas volvamos.
- Sí, no te preocupes, no lo digo por vos. Pero este tipo es un vividor. Me bajó un atado de puchos, al final, le dije tomá la plata y comprate.
- ¿Fue a comprar con plata tuya?, se asombró la psicóloga.
- Sí y yo no traje plata para bancar a otro, además, no me sobra. No tengo por qué pagarle todo a él. ¡¡¡Esto es lo último que le pago, se acabó!!!
- Claro, cada uno se paga lo suyo, yo tampoco traje tanto. La verdad, a mí también me fumó un montón de puchos.
- ¿No te digo? Es un vividor este tipo, se nota. Tiene pinta de villero.
- Bue, la verdad, yo no tengo las mejores referencias de él, se le escapó a Susan, quien lamentó en seguida haber hablado demás.
- ¡¡¡Seguro!!!

Susan trató de desviar la conversación hacia temas más amables. Poco después se acercó Teto y decidieron regresar al chalet a bañarse y a disponer las cosas para la guardia activa de la tarde.

Teto era el más joven del equipo, tenía poco más de veinte. El resto estaba cerca o ya había pasado los 40. Era un joven moreno, alto, muy delgado. No era mal parecido, cuando sonreía se le iluminaba el rostro. Se trasuntaba en su actitud, la seguridad que le aportaba el éxito con las mujeres. Confiaba, además, en su habilidad para ganar puntos con las autoridades laborales. Era un buen chofer pero como compañero no era de fiar, oportunista, especulador. Sabía cuidar su pellejo y no dudaría en pisar la cabeza de un compañero si esto habría de reportarle un beneficio personal. De pensamiento verticalista, siempre procuraba caer en gracia con los de arriba, al tiempo que buscaba dominar –inclusive rebajar- a los que juzgaba por debajo, ya sea por su cargo o por alguna debilidad de carácter.

Por las referencias recibidas y por lo observado, Susan estaba armando el perfil de su compañero más complicado. A poco de llegar, había recibido un mensaje de texto de un contacto cercano que decía: “cuidate del sorete”, en clara alusión a Teto. En cuanto a Lisa, le parecía una buena mina, responsable en el trabajo y querible, más allá de estar bastante “chapita”. Gladys, la enfermera, le resultaba extremadamente simpática. Era alegre, activa, con ganas de aprender y entusiasta con su trabajo. Además, apreciaba su coquetería, que el sobrepeso no fuera obstáculo para disfrutar de su femineidad. Hasta le divertía su apariencia bizarrona. Lástima que hablara tanto, aún a sí, pensaba que podría ser su mejor compinche para distraerse un poco. Pablo, desde operativos anteriores, siempre había tenido una actitud distante y solitaria, aunque, en el actual contexto, representaba para la psicóloga un refugio de paz.

La psicóloga estudiaba a sus compañeros pero también se entregaba, de a ratos, intentando integrarse. Había una diferencia que no era muy bienvenida por el terceto chofer-médica de ambulancia-enfermera: ni Pablo ni Susan debían cumplir el horario de una guardia activa. Sin embargo, la molestia no daba lugar a mayores conflictos, por el momento. Respecto de lo laboral, Susan debió hacer frente a situaciones de emergencia complejas, necesitaba respaldarse en una convivencia amable, a modo de contención. Y aunque las cosas marchaban de un modo bastante aceptable al principio, extrañaba a sus compañeros de antaño, siempre dispuestos a salir, en cuanto se presentara la oportunidad. Lisa había llegado al operativo agotadísima, cuando no hacía la guardia activa, dormía de corrido. La enfermera no era amiga de salir, decía que era “casera”, que disfrutaba más dentro de la casa. Pablo, temeroso de los efectos nocivos del sol, sólo visitaba la playa después de las 17 hs. En cambio, Susan sentía necesidad de complementar lo duro que era estar lejos de sus afectos y la complejidad de sus intervenciones con momentos de esparcimiento. Se sentía asfixiada en el chalet. Y aunque aprovechaba las horas que no tenía trabajo para leer, también deseaba salir un poco, aprovechar los espléndidos días de sol.

La psicóloga se cuidaba de no estar a solas con Teto, pero coincidían -aunque con distintos objetivos- en las ganas de salir. Además, ambos habían tenido experiencias previas en el operativo y habían podido combinar trabajo y placer. Fue así que un mediodía, harta del encierro, se animó a ir un rato a la playa con el joven muchacho. Le hizo gracia que apenas llegaron a la playa, le “tirara los perros” a una chica que tomaba sol, mientra ella intentaba refrescarse, sorteando aguas vivas. Por lo demás, no tenía mucha posibilidad de diálogo con él. Además de la diferencia etaria, el léxico de Teto no sólo era acotadísimo, estaba compuesto, básicamente, de vocablos de la jerga carcelaria. Hablaba y se manejaba como un tumbero. A pesar de todo, aquella breve salida a la playa había resultado tranquila. Susan se sentía conforme de mantener una distancia óptima con aquel sujeto. Había logrado salir airosa de algún avance confianzudo y sostenían un trato cordial. La prudente distancia que cultivaba, se veía favorecida por el hecho de no compartir el trabajo de ambulancia. En verdad, había dos sub-equipos de trabajo. Por un lado estaban los tres agentes afectados a la ambulancia y, por otro, Susan estaba más cerca de Pablo, dado que oficiaría de chofer en caso de ser necesario. Sin embargo, la convivencia los involucraba a todos y había que esforzarse en mantener cierta armonía. Como siempre, Pablo se mantenía apartado del equipo ampliado, pero Susan tenía otro perfil, le gustaba tener un contacto más cercano con sus compañeros, juzgando necesario bancarse los unos a los otros.

Durante las noches, Teto se mostraba en disconformidad con sus co-equipers. A Pablo le había tirado un par de anzuelos, pero éste no picaba. Susan le caía simpática, la llamaba “la chiqui”, “la chiquita”, dado que era la más accesible a la hora de armar algún plan de entretenimiento, pero siempre la cosa se diluía por la negativa de la médica y la enfermera. Su interés mayor pasaba por salir, justamente, con sus compañeras de ambulancia, no por preferencia personal, sino para estar juntos si los llamaban para cubrir una emergencia. Por su parte, Susan también quería despejarse un rato por las noches, se conformaba con pasear un ratito por la peatonal, la feria de artesanos o tomar un café en algún bar. El más dispuesto era Pablo, con quien salió dos veces a caminar, una vez acompañados por Teto y la segunda, por Gladys.

Más allá de estos desencuentros, la situación en la casa se mantenía en una precaria calma. El mayor foco de conflicto era la tozuda y egoísta actitud de Teto de seguir ocupando la cocina como su cuarto personal. Aunque se había liberado la habitación matrimonial, allí sólo dormía Pablo. El chofer ni siquiera había querido ubicar sus objetos personales allí, guardaba su bolso en el pequeño cuarto de las mujeres. Resultaba un incordio no poder disponer de la cocina para tomarse un mate o un café por las noches, más aún a la hora de la siesta, en que el muchacho se despatarraba en el colchón que estorbaba el paso las 24 horas. Como Gladys era la única que lo conocía desde hacía tiempo, dado que compartían el lugar de trabajo, le discutía abiertamente su empecinamiento. Pero Teto no le tenía el menor respeto, respondiéndole con fuertes epítetos, del tipo: “callate, gorda, qué te metés”, “dejate de joder, loca de mierda”. El resto, aunque acordaba con la enfermera y se incomodaba frente a estas situaciones, se mantenía en silencio. Resultaba evidente que el chofer y la enfermera tenían entre ellos mayor confianza y compartían códigos. Tan pronto se decían de todo, tan pronto bromeaban y reían, como si nada hubiera pasado. Era difícil intervenir en esas circunstancias, sin generar roces que serían difíciles de revertir. Por lo demás, Teto no se mostraba dispuesto a razonar o negociar. Y aunque se escudaba en la excusa de “no querer molestar al doc”, a quien “respetaba” por ser el jefe del operativo, en verdad, su intención última era utilizar la puerta trasera de la cocina para ingresar “minitas” a su cocina/dormitorio/bulo.



(continuará)

2 comentarios:

laspalmerassalvajes dijo...

Hasta ahora Teto, de alguna manera, evoca la figura de Huber (Roviralta, of course), un parasitoide impune (y conciente) guiado únicamente por el propio interés. Un playboy de bailanta, tan sofisticado como un chori al paso y con menos hojeadas a la Espasa Calpe que Herminio Iglesias. Sólo le falta llevar a su cocina-suite-bulo a su own private Flavia Miller. Pero eso, presumo, es cuestión de tiempo.


Al resto no acabo de sacarle la ficha. Sólo sé que a la doc le están haciendo falta dos Patys más al día (los mismos dos que le están sobrando a Gladys).


Veremos si al final de la saga acabo de armar el puzzle.

IRINAMORA dijo...

jajaja, ¿qué sería de esta paparruchada sin tus comentarios? Me encantan.

Ya le sacarás la ficha al resto de los personajes, sobre todo, a la tal Susan, qué tipa intolerante...

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