SOLEDADES Y LAZOS

Porque nuestra subjetividad está entramada de vínculos y espacios privados, ambos son bienvenidos. Ojalá que los lazos no ahoguen intimidades, ni la soledad bloquee los caminos para el intercambio.



domingo, 11 de abril de 2010

DESVENTURAS SATINADAS IX (crónica de una quincena accidentada)

IX. Teatro del absurdo

Esa noche, como representación gráfica del sinsentido reinante, Susan amasó las pizzas. Pablo las cocinó en la parrilla. Entre los dos, armaron los distintos gustos: caprese, cuatro quesos, con jamón, provenzal. Era un gesto tendido al vacío. Cocinar en la casa había significado, en operativos anteriores, el sabor de lo compartido. Era una suerte de ritual que afianzaba los lazos, que enriquecía la experiencia en el plano afectivo. Lo más preciado no era lo sabroso del plato, sino el hecho de compartir una tarea, aportando cada uno lo suyo. Pero estando las cosas como estaban, actualmente, era un absurdo total. Empezando porque Susan ni siquiera encontraba un hueco para comunicar las deudas que se iban acumulando con Pablo. Gladys se mostraba distraída, ajena, seguramente, para desconocer la deuda. Lisa se excusaba en su enfermedad. Teto pensaba que era una locura gastar en comida, recibiendo almuerzo y cena gratis del hospital. No lo blanqueaba con el médico, lo decía a sus espaldas. Susan no lograba entender si el médico se había mandado solo, sin consultar o qué cuernos había pasado. Pero el gasto ya se había hecho, no era de buen compañero desentenderse del tema. Por otra parte, aunque esa noche era la menos indicada para celebrar una comida casera que hablara de unión, de camaradería, también era cierto que si no se utilizaban los ingredientes comprados, se iban a echar a perder…

Susan le puso toda la onda que pudo al amasado, Pablo, por su parte, estaba exultante, con muchas ganas de cocinar algo rico, en la parrilla del chalet. Regresó el trío, tras cumplir la guardia activa. Teto traía consigo la comida del hospital: unos riquísimos canelones de carne y verdura . Mirado desde afuera -como no podía dejar de contemplarlo Susan-, la escena era graciosamente absurda. Teto y Gladys mostraban gran apetencia por los canelones que traían, pero se toparon, inesperadamente, con las pizzas caseras, servidas con gran pompa. Obviamente, no les quedaba otra que remontar la situación, careteándola. Pero no podían tampoco disimular que con la comida del hospital se sentían más que conformes. Lisa decía que “no se privaría de probar un pedacitito de una pizza”. Teto, al tiempo que largaba algún grosero comentario de aprobación, para quedar bien con Pablo, engullía los canelones con fruición. Para terminar de sazonar la parodia, Teto no le hablaba a Susan, ni a sus dos compañeras de ambulancia, sólo se dirigía al médico. Que fuera el jefe del operativo, para un sujeto de esta calaña, era primordial, además, tenía muy en cuenta los contactos influyentes con los que contaba Pablo. Su mundo primitivo se dividía en tan sólo dos 2 partes: los de arriba con quienes debía congraciarse para poder escalar y los de abajo a quienes traicionar y pisotear.

En conclusión, por más hambre que pudieran tener, 5 pizzas rebosantes más dos enormes fuentes repletas de canelones bien gorditos, con doble salsa, era un exceso a todas luces para tan sólo 4 personas. Lisa no contaba desde que se había transformado en una fundamentalista del cuidado de su dieta apta para celíacos.

Susan se hallaba dividida entre el compromiso asumido con Pablo de recuperar su dinero y la evidente falta de preocupación, por parte de sus compañeros, de asumir la deuda por un gasto que, al parecer, a ninguno le interesaba ni había decidido. Todo era un lío porque al gasto de las pizzas, se le sumaban otros gastos de la casa que sí o sí debían afrontar entre todos. La psicóloga no sabía cómo salvar la cuestión, sobre todo, contando con tan pocas chances para el diálogo. En el caso de Teto, con ninguna. Seguramente, se estaba haciendo cargo de lo que no le correspondía, pretendía navegar a dos aguas, buscando un nexo, y lo único que estaba logrando era hundirse ella solita.

A pesar de la precaria escaramuza con que el terceto de la ambulancia “celebró” las pizzas caseras, a Susan no se le escapaba que era toda una impostura barata y que ninguno querría luego levantar al muerto. Seguramente Lisa pagaría, de eso no tenía dudas la psicóloga, pero no sería más que una nueva exhibición de su sacrificado rol en esta vida. Tener que pagar por algo que ella no podía comer, ¡¡¡cuánta injusticia, Señor!! Pero, al menos, no se desentendería del asunto, elucubraba Susan, a modo de consuelo.

Aquella noche, nuevamente, las tres mujeres volvieron a hablar del malestar generado por Teto. Lisa se mostraba histriónicamente ofendida, decidida a cortar todo lazo. Amenazaba con hacer la denuncia al día siguiente, pero agregaba ahora una condición “si se repetía lo del día de hoy”. Puro bla, bla, bla. Se fue a dormir temprano, de modo que quedaron conversando, a solas, Gladys y Susan.

La enfermera exponía su doble dificultad, para ella no se trataba sólo de cómo sobrellevar esta quincena, con Teto se seguirían viendo después en su trabajo habitual. La psicóloga, más tranquila o quizás más cansada, le sugirió que intentara hablar con él, que buscara de qué manera entrarle, como para apaciguar las cosas. No creía que Lisa fuera a hablar con las autoridades, así que lo mejor sería que, desde su lugar, llegara a algún acuerdo mínimo, para que no se profundizara el conflicto.
- Es que el tipo piensa como un negro, se quejó Gladys.
- Yo no pienso que sea una cuestión de negros o blancos, respondió Susan, harta de los comentarios racistas, tanto de la enfermera como de la médica. Se trata de cumplir con un trabajo, no se puede hacer bien si no se hablan, menos en salud. Como vos tenés más confianza y se van a seguir viendo, por ahí, te escucha, si le hablás bien.
- Qué me va a escuchar, tiene fama de ser un sorete, nadie lo quiere en mi trabajo. Por algo deben hablar así de él.
- Sí, a mí también me llegaron malos comentarios, ¡¡¡me han contado cada cosa!!! Es de terror este pibe, soltó Susan, ya sin fuerzas para contener ni medir qué decía.
- No creo que me escuche, no lo digo por la piel, pero de verdad, piensa como un negro de la villa.
- Yo no pienso así, se diferenció la psicóloga. Lo único que te puedo decir es que blanco o negro, el tipo cometió irregularidades graves, pero vos no tenés la autoridad para poner orden en eso. Y como tenés que seguir tratándolo, tratá de hablar con él, a ver si logran un mínimo acuerdo para no seguir en guerra.

Gladys no parecía muy convencida, como Susan tampoco lo pretendía, cerró el tema ahí. Había dicho su parecer, la enfermera era quien debía decidir cómo actuar.

Al día siguiente, Susan se despertó temprano, por los ruidos que hacía Lisa, revolviendo sus cosas. Se enteró entonces que a la médica le faltaban 400 pesos y unos anteojos de sol de marca, muy caros. La psicóloga, incómoda por esta situación, le pidió que revisara sus pertenencias, que sería un alivio para ella, dado que compartían la habitación. La médica se negó rotundamente, dijo que, seguramente, estarían escondidos “en todo el despelote” que tenía. Gladys salió de la ducha, la ayudó a buscar un poco, sin darle gran importancia al asunto. Al rato, se fueron a cumplir la guardia activa. La psicóloga estaba extenuada pero se levantó, ya contaba los días para su regreso a Baires.

Por la tarde temprano, Gladys se acercó a Susan para contarle que había hablado con Teto. Se la veía relajada, casi feliz. Contó que él la había tratado muy bien, que le había dicho que estaba enojado porque había escuchado toda la conversación en la mesa, el día anterior.
- Está dolido porque escuchó que “alguien” decía que era un “pendejo de mierda”, comentó en un tono que le hizo ruido a la psicóloga.
- Yo no dije eso, remarcó Susan.
Tras una incómoda pausa, Gladys, en un tono nada creíble, dijo:
- ¿Ah, no? Ahhh… bueno, no sé, por ahí lo dije yo…
- Ustedes dijeron que fui yo, estoy segura.
- No, no, él dijo que lo escuchó pero no sabía quién lo dijo y yo no me acordaba.
- Vos dijiste que fui yo, Gladys.
- No, bueno, sí, me pareció. Si querés le digo que no fuiste vos, no sé, no sé quién lo dijo. Pero lo importante es que nos arreglamos, ¿viste? Me escuchó todo lo que le dije, es que es un pibe… Hay que entenderlo.

Susan recibió estos comentarios como un balde de agua helada. No le importaba que Teto creyera que hubiera sido ella, quizás, incluso, era posible que lo hubiera dicho, aunque no se acordaba. Lo que era seguro es que fue la única de las tres que no lo había tratado de “negro”, de “villero”, de “pensar como un negro”. Pero en ese contexto, ¿qué importaba? ¿Quién valoraría que ella no lo hubiera discriminado? Susan ya no quería seguir hablando con Gladys, no podía evitar sentirse traicionada. La había bancado, la había escuchado, a pesar de no tener que ver en el asunto, y ahora Gladys se había dado vuelta como una media, “enchufándole el fardo” a ella. No tenía interlocutor válido, era eso. Era sembrar en el desierto.

La psicóloga tomó nota de esta “panquequeada” de la enfermera, pero no le dijo nada. Pensó que no valía la pena, que no entendería sus argumentos, que no querría entenderlos, mejor dicho. Más aún, Gladys, lejos de escuchar los argumentos, tomaría frases sueltas para engordar el conventillo. Como trabajaba con Teto y no con Susan, le convenía hundirla a ella, para “salvar” su relación con él. Por supuesto, se sintió una estúpida por haber tomado partido, lo bien que había hecho Pablo en mantenerse al margen…

Lisa, por su parte, seguía sosteniendo la escenita de la ofendida. Perro que ladra, no muerde. Más tarde, al término de una intervención en que se cruzaron, Lisa, muy sonriente, vino a comentarle la buena nueva a la psicóloga. Le había pedido a Teto que hablaran, tan luego ella que proclamaba que jamás lo haría, que de él debía salir el gesto. Refirió que él le pidió disculpas, reconociendo que había estado mal el día anterior y que, por supuesto, quedaron tan felices y contentos, como con Gladys por la mañana. Sólo les faltaba comer perdices y el cuento de hadas estaba completito.

Susan escuchó a Lisa, absteniéndose de comentarios. No tenía el menor sentido que comunicara su opinión. ¿Quién la valoraría?

A la noche, durante la cena, todo era paz y amor en el trío. Teto estaba radiante y, como gesto de amistad casi perfecta, se ofreció muy amablemente a llevar a las chicas a dar un paseo por el centro, así Lisa se encontraba con una compañera de su hospital que estaba veraneando justo en esta ciudad. Susan quería salir pero estaba harta del pan y del circo. Pablo daba señales de irse a dormir muy temprano, el libro que estaba leyendo había entrado en un tenor dramático, muy denso, tampoco daba para sumergirse en él, a modo de relax, ni muchísimo menos. Por lo demás, enfermera y médica, daban por descontado que Susan iría, sí o sí, si era la que más había insistido para salir, desde un principio. Susan pensó que ya que estaba en el baile, bailaría, así que también fue de la partida. Mientras las mujeres paseaban por los puestos de la feria, el joven chofer utilizaba la ambulancia como “telo” con ruedas…

Al regreso, a pesar del clima de repentina camaradería que se había instalado, a Susan no se le pasó por alto que a la única que Teto seguía sin hablarle era a ella. Al día siguiente, esto se le hizo más evidente, aunque el resto no se daba por enterado. Fingía ser “el chico bueno” y todos compraban.

Esa mañana, nuevamente, Lisa volvió a comentar lo de la falta de dinero pero ya preocupada, diciendo que había revisado todo y que no aparecían ni la plata ni los anteojos. Decía que no le quedaba ni un peso. Susan le volvió a ofrecer que revisara también sus cosas, pero la médica la cortó en seco, diciéndole:
- Yo no dudo de vos, no dudo de nadie. Bueno, del único que dudaría es de Teto, pero de los demás, ¡¡¡nunca!!!!

Susan ya deseaba tirar la toalla, no daba más. En el desayuno con Pablo, le comentó los faltantes de la médica. Para variar, el médico le restó importancia al hecho, aduciendo que, seguramente, estarían por ahí, que ya los encontraría. Por suerte, a la hora de comer, Lisa llegó exultante: ¡¡¡había encontrado los lentes!!!! La psicóloga, harta de idas y venidas, de subidas y bajadas tan abruptas, pensó que Pablo tenía razón, que no tenía que preocuparse por nada, que así como habían aparecido los lentes, aparecería el dinero. Así que se desentendió del asunto que la mantenía perturbada e incómoda.

Luego del almuerzo, las chicas estaban alborotadas porque iban a ir a la playa. Ahora pensaban que tenían que salir, no quedarse en casa. Susan las miraba en perspectiva, si no, se tenía que poner a llorar o romperles un objeto contundente en la cabeza. ¿Cómo podían ser tan veletas? No eran chiquilinas, una tenía 38 y la otra 44, ¡¡¡¡por favoooor!!!!

Por segunda vez, descontaban que Susan iría también a la playa con el terceto feliz. El día era inmejorable, la psicóloga pensó que no valía la pena atenerse a cuestiones de principios en ese contexto, la absurda sería ella, en ese caso. Así que aunque el ambulanciero no le hablaba. como si ella fuera la culpable de algún escabroso crimen, al menos, disfrutaría del mar y del sol… ¡¡¡qué tanto!!!!

El rato en la playa fue, por supuesto, bizarro. Sus compañeros eran bizarros, ir en ambulancia era bizarro, la carpa y las lonas que llevaron eran bizarros, la situación era bizarra, Susan también era bizarra, la reina de las bizarras, tal vez.

La psicóloga iba para todos lados con su camarita emparchada con cita adhesiva. No andaba ya el zoom, en fin, era también una cámara bizarra, tan apropiada para esa quincena de locura sin remedio. Lo gracioso era que Susan, al fotografiarse con Gladys, se sentía una sílfide, una verdadera mannequin de alta costura. En cambio, a la hora de aproximarse a Lisa y sus escasos 40 kilos, sentía que toda la grasa del mundo se le adosaba a su cuerpo.

A la vuelta, el trío ambulanciero se higienizó para cumplir la guardia activa. Susan se puso a leer y luego fue con Pablo a la playa, ya no le divertía hablar de estos tres impresentables, estaba hastiada, muy hastiada. Quería volverse, no veía la hora en que fuese sábado por la mañana, día en que se concretaría el recambio.

(continuará)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

El único que la tenía clara era Pablo....por lo menos hasta ahora.

laspalmerassalvajes dijo...

Evidentemente, Teto tiene un extraordinario poder de encantamiento. Al rey lo que es del rey, ¿no?. No me estoy refiriendo la habilidad con que embauca muchachas desprevenidas -y no tanto- para luego meterlas en la ambulancia sino a la manera en que domina a su tropa (Gladys y Lisa), inhibiendo, reprimiendo o neutralizando -según sea el caso- cualquier atisbo de insubordinación que atente contra su supremacía. Cree ser el macho alfa y actúa en consecuencia. A pesar de no estar en lo más alto del escalafón parece que siempre logra salirse con la suya. La casa, en gran medida, se ha movido a su ritmo. Los momentos de bienestar, las riñas, la inconfortabilidad general y los ratos de sosiego han solido tenerlo a él como eje. Lisa, que podría ponerlo en su lugar de un plumazo, se resiste a tomar verdaderas cartas en el asunto. Gladys rezonga y lloriquea pero termina claudicando. Y eso, claramente, es un pequeño triunfo del maleante que nos ocupa. Una injusticia...


Lamentablemente, Susan -aparentemente la única con una visión precisa del cuadro de situación- no tiene injerencia oficial en el trío macana. Sino, supongo, otro sería el cantar.


Veremos como sigue...

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