SOLEDADES Y LAZOS

Porque nuestra subjetividad está entramada de vínculos y espacios privados, ambos son bienvenidos. Ojalá que los lazos no ahoguen intimidades, ni la soledad bloquee los caminos para el intercambio.



sábado, 3 de abril de 2010

Volver a las facu después de los 40... (3ª parte)

III

Me mentí: me dije que no estaba tan mal volver una segunda vez a Puan para hacer el trámite de admisión a Filo, que quizás era un rodeo necesario para ir adaptándome. ¡¡Qué pavada, por favor, conseguir la segunda fotocopia legalizada terminó siendo casi una misión imposible!! El mediodía que fui a Uriburu 950, lo encontré atestado de pendejos, ergo, no me atendieron. Fui una segunda vez, idem. Ante mi impaciente consulta, se me comunicó que repartían 500 números muy tempranito a la mañana y luego empezaban a atender a las 11. Grrrrr… No tengo mañanas libres en la semana, mucho menos podía disponer de una entera. Me insulté por ser tan vergonzosamente distraída. En diciembre, el mismo trámite apenas si me había consumido unos pocos minutos. Por suerte, el monje tibetano, como algunas amigas llaman a mi pareja, me socorrió en el entuerto. Yo ya evaluaba tirar la toalla…

Es un clásico: fui a anotarme el ultísimo día. Esta vez, regresé al edificio de Puan acompañada por “mi hija forística”, una jovencita encantadora, residente en Santa Fe, que pasaba unos días en casa. Volví a respirar los encantos de la calle Puan: sus casas, sus árboles, sus comercios. Al ingresar a la facultad, encontré a los mismos muchachos tras el mostrador. Me sentía algo nerviosa y dispersa, entendí a medias lo que me explicó uno de los chicos, por suerte, me aclaró que las instrucciones estaban escritas en el pizarrón. Me senté en un banco de la primera fila, miré el pizarrón pero sólo ví un garabato informe de color amarillo claro. La solicitud de turno con el oculista ya no admitía postergación.

Miré las planillas con temor a equivocarme. Odio llenar planillas, son horribles. Encima, empecé a revolver la cartera y no tenía lapicera. Mi joven amiga se ofreció gentilmente a comprar una, mientras yo me deprimía mirando las manchitas indescifrables del pizarrón. Cincis retornó con una lapicera de regalo con la que me deseaba la mejor de las suertes. Con su ayuda, cumplí con las indicaciones pero, al entregar los papeles, se me fue el ánimo al piso cuando me dijeron que tenía pendientes más requisitos: realizar la revisación médica y, lo que era aún peor, ¡¡¡ir a no sé dónde para conseguir la constancia de la materia rendida por UBA XXI, en la época de las cavernas!!! ¡¡¡Ufffffff!!!

Paso siguiente: inscribirme a las materias. En el hall del primer piso, unos chicos peludos me dieron una planilla con las opciones horarias. El cuadrito me mareó. Le pedí a mi acompañante que fuéramos a tomar un café, para analizar más tranquila las opciones. Nos sentamos en una mesa de la vereda, en el bar Sócrates. Me hacen gracia los nombres de los bares que rodean las distintas facultades. En Psico, siempre me tomaba algo en “Terapia” o en “Psicosis”. Aquel era un mediodía soleado, daba gusto beber el cafecito, mientras intentaba armar un plan de cursada posible, frente a tan poca oferta horaria. Era un lío. En Psicología tenía siempre opciones en las 3 bandas horarias tanto para las comisiones de prácticos como para los teóricos. En cambio, la planillita que miraba me ofrecía pocas comisiones y un solo teórico -¡¡¡de 4 horas!!!- por materia. Como pude, escogí 3 materias y un seminario, dándome un margen de elección para organizarme con el resto de mis actividades.

Ya más canchera, volví a subir las escaleras y presenté la nueva planilla con las materias seleccionadas. Al salir del aula, encaré al tipo de las pelis. Ya habían pasado más de 15 días, le recordé lo de las cajitas. Se escudó rápidamente en un nuevo verso. Mientras consultaba los títulos, me lanzó otra catarata de diarrea verborrágica. Me compré 3 películas hermosas, esta vez, pagué $15. Le pregunté si podría encargarle la serie Yo Claudio completa, ya que sólo había visto un par de dvd. Me contestó con muchas palabras algo que podía decodificarse como un sí y me alejé, mientras el denso seguía hablando al aire. Me sentí feliz de retirarme con la tarea cumplida.

En los días posteriores, en casa, en el “bondi”, me rompí la cabeza tratando de armar el rompecabezas imposible. No era nada fácil conciliar las cursadas, cumpliendo con el resto de las obligaciones. Me partía el hecho de que no pudiera aprovechar algunos días disponibles, en el tiempo en que mi hija estaba en la escuela o el instituto. Para colmo de males, noté que se superponían horarios, aún dentro de las mismas materias elegidas. Soy la peor para estos menesteres.

El viernes de esa semana, retorné a la facultad, como se me había indicado, pensando en anotarme en las comisiones. Ante tanto embrollo, pensé que me liberaría dejar al azar de las comisiones que consiguiera, qué cursaría y qué no. Sin embargo, volví a encontrar la facultad vacía. Se limitaron a darme un papel con la constancia de las materias en que me había inscripto, diciéndome que en el primer teórico de cada una, debía anotarme en los prácticos. Incrédula, salí de la facultad, minutos después de haber ingresado. Pensar que en Psico me he comido colas que daban vuelta a la manzana para anotarme en determinada comisión, por la conveniencia horaria.
Tiré para adelante la decisión de qué elegir, total, las clases empezarían a fines de abril. Sin embargo, durante la tarde del domingo, me desayuné, de casualidad, consultando la página de la Filo, que las clases comenzaban… ¡¡¡el 29 de de marzo!!!. Vale decir, ¡¡al día siguienteeeee!! Rápidamente, volví al matete de horarios que no cuadraban y arreglé con la madre de una compañera de mi hija para que al día siguiente fuera a su casa, al salir del cole. Vería cómo diablos ir organizándome sobre la marcha.

El lunes, aprovechando que me quedaba de paso, visité la facultad por la mañana. Quería cerciorarme de que disponía de información certera, ya estaba harta de confusiones. Me dijeron que sólo se dictarían teóricos esa semana, donde debíamos anotarnos en las comisiones de prácticos.

Volví a casa, saqué por enésima vez el maldito cuadro con horarios. Palpitaba un cóctel de sensaciones, ¡¡debía cursar esa misma tarde a las 17!!! Fue entonces, en que reparé en un detalle mayor: ese teórico también era de 4 horas, saldría a las 21 y no a las 19, como había mal leído. Ajjjjjj… Demasiada distracción, demasiada y, por tanto, sospechosa.

Se instaló un febril debate interior: ir o no ir. No quería llegar tan tarde a casa los lunes, no quería estar tanto tiempo sin ver a mi hija. Con pena, decidí renunciar a la materia que más me gustaba. El debut quedó postergado para el día siguiente. Me quedé en casa, acomodando y desacomodando horarios, cada vez más molesta, nerviosa y triste. Me ponía loca organizar y desorganizar, no podía sacar agua de la piedra. Tomé el teléfono y pedí ayuda pero me echaron flit. Era previsible. Finalmente, agotada mentalmente de tantas idas y vueltas, me dije que tenía que hacer dos cosas concretas: llamar a un paciente para cambiarle el horario e ir a buscar a mi hija… ¡¡ya era de noche!!

(continuará)

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