VI. Linvin’ la vida loca
Gladys se apropió del living, también durante las siestas. Era una mujer que no le daba ninguna oportunidad al silencio: o hablaba hasta por los codos, o roncaba, o utilizaba al televisor como relevo. Donde estuviera ella, siempre habría ruido.
Susan, con una cuotita de maldad, no se privó de capturar la imagen del ballenato, desparramado en el living. Era lo mínimo que podía hacer, además, no quería que los suyos desconfiaran de su relato. Necesitaba pruebas y las que obtuvo, fueron por demás contundentes.
Además de ruidosa, la enfermera era muy metereta. No conocía la instancia previa de evaluar, estudiar o medir si podía o no meterse y hasta dónde. Se metía de una, sin red. Tanto para la acción como para revolear un comentario inapropiado. Por supuesto, eso le valía más de una puteada por parte de Teto. Pablo le echaba flit, desde lejos, no le permitía que se le acerque ni un tramo, de hecho, jamás le habilitó el tuteo. Lisa y Susan, en cambio, eran más permisivas aunque la paciencia se les iba agotando…
Una tarde, la médica, se desplomó en el sillón del porche, donde estaba fumando la psicóloga. Desesperada, soltó:
- ¡¡¡No puedo más!!!
- ¿Qué te pasa?, preguntó Susan, asombrada.
La médica reparó en la presencia de ésta, lo había tirado al aire.
- Tengo la autoestima por el piso, ¡¡¡me siento un bicho!!!
- ¿Por qué? ¿Qué pasó?
- ¡¡¡Esta mina que me vive diciendo cosas: que estoy muy flaca, que no tengo lolas, que tengo granos, que mi pelo es horribleeee!!!
- Ah, pero no le hagas caso, musitó Susan, tratando de animarla y reprimiendo cualquier manifestación exterior de la profunda gracia que le generaba la escena.
Con la psicóloga, la enfermera también avanzaba en confianza. Seguramente, Susan había sido gran responsable en ello. Amiga de lo lúdico, bromeaba con Gladys, haciéndose chistes de todo tipo, incluso lésbicos, proclamándose como “Sandra y Celeste”. No pasaba de ser un juego inocente, entre divertido y reparatorio. Lástima que esto le daba pie a la mujerona a ir más allá, en cuestiones que Susan ya no consensuaba. En verdad, la psicóloga sabía convivir con gente extraña. Desde joven había tenido oportunidad de compartir residencia, veraneos y otras experiencias con desconocidos. No era conflictiva, no tenía grandes remilgos, se mantenía tranquila y componedora, en tales ocasiones. Su mayor defecto, el único que le había valido quejas de sus convivientes, era su falta de aptitud para el orden. A sabiendas de sus incapacidades, Susan trataba de molestar lo menos posible, de esforzarse en ser tan ordenada como podía. No le salía del todo bien, pero tampoco invadía otros territorios. Como ama de casa, siempre había sido un absoluto fiasco. Para colmo de males había cosas que no estaba dispuesta a hacer, por ejemplo, limpiar el baño, tarea que le repugnaba. Pero sí cumplía con lavar los platos, levantar la mesa y barrer cada tanto la arena del piso. El orden y la limpieza del lugar eran el talón de Aquiles de la psicóloga, por esto, hacía el mayor esfuerzo posible por disimularlo. Pero Gladys no lo iba a dejar pasar así nomás. Lejos de minimizar el ítem o conformarse con criticarla a sus espaldas -cosa que bien poco le interesaba a Susan-, se permitió darle directivas. Una noche, tras la cena, vociferó a boca de jarro:
- Dejá, no laves vos, Lisa. Hoy le toca lavar a la psicóloga…
Había metido el dedo en la llaga, donde más le dolía a Susan. Ese comentario no sólo desconocía que había sido ella quien había lavado los platos ese mismo mediodía, osaba, además, darle una ¡¡ORDEN!! Tratando de contener el volcán que pujaba dentro, le respondió de un modo sereno pero taxativo:
- Te equivocaste, yo los lavé HOY, al mediodía.
- ¿En serio?, preguntó incrédula la enfermera.
La cara de Susan no admitía asomo de apelación.
- Ah, bueno, entonces, ¿a quién le toca hoy? Contó con los deditos y dijo con una sonrisa falsa: - ¡¡¡Entonces, me toca a mí!!!.
Se levantó rauda a cumplimentar la tarea, no se le había escapado que, por primera vez, la psicóloga abandonaba su actitud relajada y divertida, para ponerse seria y firme. Al poco rato, salió nuevamente al porche, radiante.
- Bueno, tarea cumplida, ¡¡¡al final no era para tanto!!!
Susan ya había dejado atrás la posición defensiva, Gladys estaba contenta, como siempre. El ánimo de Lisa había mejorado, luego de aliviar su problema de salud, sumado a la cantidad de horas de sueño reparador que había disfrutado durante todos esos días y todas esas noches. Por primera vez, la invitación a salir, por parte de Teto, fue bien recibida por las tres mujeres de la casa. Pablo se negó, aludiendo que estaba cansado.
Como Gladys no había ido todavía a ver el mar, se decidió ir a disfrutar de la playa, durante la noche. Se cargó un termo con agua caliente para el mate y lonas para sentarse en la arena húmeda. Se abrigaron todos para soportar la brisa fresca del mar y, luego, partieron entusiasmados en la ambulancia.
El trayecto hacia la playa fue divertido, Teto paseó por la ciudad para que Lisa, que viajaba adelante con él, la conociera. En la parte trasera, Susan y Gladys bromeaban de un modo casi infantil, como siempre. Finalmente, la ambulancia estacionó en una calle cercana al mar. El viento soplaba bastante fuerte, aún así era hermoso respirar ese aire puro, deleitarse con el rugido del mar. Teto iba y venía, haciendo la suya. Susan se permitió un rato de descanso, permaneciendo alejada de Gladys y Lisa que charloteaban unos metros más allá. La asombró la cantidad de jovencitos que pululaban en la costa, algunos hasta se metían al agua, vestidos o no.
Teto volvió a reunirse con las mujeres, pidiendo tomar mate. Gladys extendió sus dos lonas a rayas, mientras el muchacho iba a buscar el termo, la yerbera y el mate. Susan, muerta de frío, se sentó en la lona. Gladys le pidió que se corriera, quería sentarse junto a Lisa porque estaban charlando de “algo”. Susan bromeó que la dejaban afuera, corriéndose al otro extremo. En seguida, descubrió que la charla versaba sobre los espíritus que poseían a la gordita cuando estaba en trance. Como un resorte, Susan se levantó y se alejó. Por nada del mundo querría repetir la experiencia. Se quedó mirando a los chicos, adolescentes y preadolescentes, que coqueteaban por el lugar. Vio familias enteras paseando por la costa. Hacía frío, pero era agradable pasar el rato allí. Reapareció Teto y se acercó a Susan, le murmuró algo así como “ahí está la gorda, con sus brujerías otra vez”. La psicóloga se rió. Mientras a Teto se le iban los ojos mirando a las jovencitas, que se exhibían con minifaldas, escotes y ridículos tacos altos que se hundían en la arena mojada, se acercó a las muchachas con idea de matear. Se sentó en la lona y no pudo dar crédito a lo que oía: ¡¡¡Gladys le estaba cantantando una canción a Lisa!!!
Muy divertida, Susan no soltó la carcajada pero, al menos, escondida en la oscuridad de la noche, se sonrió. Fue hacia donde estaba Teto y le comentó el descubrimiento, riéndose. Decidieron salvar a Lisa de las garras de la enfermera. El chofer cortó en seco a la cantante:
- ¡¡Acá tenés el termo, gorda, ‘jate ‘e joder con tus canciones espiritistas!!
El grupo disfrutó de unos ricos mates calientes. Poco después, el frío y la humedad, se colaban entre la ropa, ya no resultaba tan agradable estar allí. Entonces, se dirigieron hacia donde estaba la ambulancia. En el trayecto, Susan se acercó a Lisa, con tono cómplice.
- Qué linda cancioncita de los espíritus, eh?
- ¡¡Ni me hables!!, contestó la médica, en tono de divertida queja. ¡¡¡Qué momentoooo!!!
La psicóloga había llevado su averiada camarita digital, Lisa y Gladys estaban por demás alegres y sueltas, así que se pusieron a posar para las fotos, sin importarles las personas que circulaban por el lugar. La una mostraba la cola, abría la boca sensualmente, contorneándose en poses más que provocativas. En pleno éxtasis, la enfermera se decidió a mostrar su tatuaje “íntimo”. Fue así que peló una lola por la mitad, donde tenía tatuada una rosa roja bastante grande, rodeada de una ondulante ola celeste turquesa. ¡¡¡PrecEoso!!!
El juego con las fotos, sucedía entre las mujeres. Teto había desaparecido, seguramente, para corretear alguna chica o para buscar info que le fuera de utilidad para sus conquistas. Susan era la fotógrafa pero, para no cortar el clima de excitante diversión para sus compañeras, también se avino a posar. Por supuesto, borró sus fotos, apenas pudo. Le daban una vergüenza infinita…
Teto interrumpió la sesión fotográfica hot, aportando data IMPORTANTÍSIMA que había sonsacado a los agentes de seguridad, destinados a la playa. ¡¡¡Todas las noches levantaban un montón de parejitas manteniendo sexo en la arena!!! ¡¡¡Estaba prohibido!!!, se lamentaba el joven Teto, sin un mango. Se le cerraba así otra posibilidad para cometer sus infidelidades, gratarola. Para Susan y, seguramente para las otras dos, la información era irrelevante. ¡¡Si por poco quedaron entumecidas en la arena, sentadas en la lona y con las camperas puestas!!
Rumbearon los cuatro hacia un bar donde se podía escuchar rock nacional. El estado de exaltación de médica y enfermera iba in crescendo. No pasó mucho rato hasta que se pusieron a bailar frenéticamente entre ellas, sin importarles nada. La psicóloga se divertía mirándolas, cruzando alguna mirada cómplice con el chofer. Esto no ayudaba a mantener la distancia que procuraba, es cierto, no estaba siendo prolija, pero tampoco era de fierro, necesitaba alguna descarga mínima para no reventar ante toda esa bizarrez flagrante de la que era parte, “en parte”. Al mismo tiempo, no podía dejar de mirar el carnaval que la rodeaba desde lejos, con ojos llenos de extrañeza.
Finalmente, por detrás de Susan y Teto, muertas de risa, agachándose para poder reírse mejor y con lágrimas de ya no poder más, las dos mujeres se encaminaron hacia la ambulancia que las regresaría de vuelta al chalet. ¡¡¡Qué joda loca!!!
(continuará)
jueves, 8 de abril de 2010
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